Rincones, Historias y Mitos de Buenos Aires

Esta página está dedicada a conocer los rincones, las historias y los mitos de la Ciudad de Buenos Aires - República Argentina

La Pirámide de Mayo


En el primer aniversario de la Revolución de Mayo de 1810 el gobierno decidió colocar una Pirámide en la plaza central en su homenaje. La historia y las transformaciones del primer monumento público en Buenos Aires guarda hechos interesantes para relatar.

   El 5 de abril de 1811, el Cabildo de Buenos Aires resolvió rendir homenaje a la Revolución de Mayo en su primer aniversario, inaugurando una pirámide de carácter provisorio. Se encargó de realizar la obra el alarife Francisco Cañete y la pirámide se inaguró el 25 de mayo de ese año.

   Este monumento fue en principio un modesto obelisco de adobe cocido coronado por un vaso cuyo basamento era hueco; la aguja del obelisco descansaba en un pedestal cuadrangular sobre dos escalinatas con zócalo, hallándose circundado por una sencilla verja sostenida por doce pequeñas columnas realizadas por el maestro Bruno Moranchel. Posteriormente, hacia 1856, Pridiliano Pueyrred´´on diseñó  "la nueva Pirámide", que inclúyó modificaciones de cierta importancia, tales como la construcción de un revestimiento que encerró la aguja que representa "LA REPÚBLICA" que se observa actualmente; los ángulos entrantes fueron cubiertos por pedestales para asentar en ellos las figuras representativas de "EL COMERCIO", "LA AGRICULTURA", "LAS CIENCIAS" y "LAS ARTES", obras del escultor francés Duburdieu. En la cara que mira al Este fue inscripta la leyenda "25 DE MAYO DE 1810" y se labró un sol naciente; en las tres restantes se pusieron coronas en altorrelieve, los pilares fueron demolidos y se retiró la antigua verja, colocándose en su lugar una nueva, ejecutada en hierro. Las cuatro figuras ornamentales fueron reemplazadas en el año 1875 por las de "LA GEOGRAFIA", "LA MECANICA", "LA ASTRONOMIA" y "LA NAVEGACIÓN", completándose el arreglo con el estucado (imitación de mármol) de la Pirámide.

El Intendente Torcuato de Alvear dispuso en el año 1883 la demolición de la Recova que dividía en partes iguales la Plaza de Mayo (formando las plazas del Fuerte y de la Victoria), por lo cual la pirámide quedó decentrada y tuvo que ser trasladada al sitio que ocupa actualmente, desprovista de sus cuatro estatuas ornamentales y de su verja, difícil operación que se realizó en el año 1912, bajo la supervisión del constructor Anselmo Borrel. El 24 de mayo de 1891 se colocó una placa de bronce en memoria de los oficiales Felipe Pereyra y Manuel Artigas, muertos al principio de la Guerra de la Independencia. Esta obra fue declarada monumento histórico el 21 de mayo de 1942. La altura es de 19 metros.



Curiosidades de la Pirámide de Mayo

   El primero monumento de la ciudad de Buenos Aires no escapa a curiosidades que rondan sobre ella. Una de las primeras curiosidades es que la pirámide original de Cañete se encuentra en el interior de la pirámide, ya que Pridiliano Pueyrredón no restaura el viejo monumento sino que lo recubre con el actual.
  
Por otor lado, en la pirámide de Mayo fue colocado tierra de todas las regiones del país y también de tierra santa, en aquella época invocar la protección de Dios era costumbre en la sociedad y los gobernantes.






Las estatuas de escolta

   Como hemos dicho arriba, la Pirámide de Mayo, durante muchos años, estuvo escoltado por cuatro estatuas del escultor francés Dubordieu. Alrededor de los años '20, las estatuas fueron retiradas del lugar y durante muchos años estuvieron en un depósito del Banco Provincia en la ciudad de Buenos Aires. Esas estatuas por muchos años fueron olvidadas en esa entidad bancaria.
   Finalmente en el año 1972, un empleado del Banco identificó las estatuas y el gobierno nacional resolvió colocarlas en la plazoleta San Francisco, que queda en la esquina de Alsina y Defensa, frente al convenio de San Francisco. Actualmente se enceuntran en el lugar. El destino quiso que las escoltas no se alejaran más de cien metros de donde se encuentra la Pirámide de Mayo.

Del señor de la paciencia a la Nieta de Bonaparte


En el microcentro se levanta una de las históricas iglesias de la ciudad, la Basílica de Nuestra Señora de la Merced. Esta parroquia además de riqueza arquitectónicas, guarda historias y anécdotas de la ciudad.

   Enmarcada en el centro neurálgico de la actividad económica de la ciudad, la serenidad que albergan los muros de dos siglos de la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, sobre Reconquista al 200, contrasta con el diario trajín de empleados bancarios y clientes apurados.

   En 1580, cuando fue fundada la ciudad, Juan de Garay había reservado este solar para los religiosos de Santo Domingo; pero en 1589 al arribar los frailes mercedarios a la ciudad, cedieron este lote a los recién llegados. Allí entre 1602 y 1604, se levantó una primera capilla de barro y paja dedicada a la Virgen de la Merced. A su lado se construyó el llamado Convento Grande de San Ramón; fue construido precariamente en 1603 y ampliado a una construcción más extensa en 1641. Cuenta con un gran patio central rodeado de cuatro galerías y claustros de bóveda con una arquitectura que se caracteriza por su sencillez.

   Debido al deterioro del templo primicivo se decidió la construcción de uno nuevo; según algunas tradiciones, la piedra fundamental fue colocada en 1721 y el proyecto sería del jesuita Andrés Blanqui. Grandes bienhechores de la obra fueron el general José Ruiz de Arellano y su esposa María Rosa Giles; los documentos testifican que "...hicieron la bóveda de cal de la iglesia... y se inauguró la primera media iglesia por septiembre de 1733 con octava de fiesta y sermones".

   El retablo del altar mayor donde se encuentra entonizada la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes es de estilo barroco, y su autor fue el escultor Tomás Saravia, que también ralizó el púlpito en 1788. Pero entre todas las imágenes se destaca por su origen legendario el llamado "Señor de la Humildad y la Paciencia". Una antigua tradición cuenta que en 1790, un joven aborigen llamado José paseaba con un fraile por una zona de quintas sobre la actiual calle Florida, hasta que se encontró con un frondoso árbol. Al verlo José pensó que con su tronco se podía tallar una imagen de Cristo; pedido el permiso puso manos a la obra. Entrando a la derecha del templo, puede observarse esta imagen que provocó durante décadas la devoción de muchos porteños.

   Como otros templos del centro histórico, "La Merced" fue escenario de muchos acontecimientos de la historia del país. En 1807, durante las invasiones inglesas el templo y el convento fueron ocupados por las fuerzas defensoras de la ciudad; el propio Santiago de Liniers dirigió el ataque a la Plaza Mayor desde el atrio. Como pasó con otras iglesias de la ciudad, los claustros del convento fueron habilitados como hospital de sangre, hecho que se repitió en 1827 durante la campaña militar contra el imperio del Brasil. Los mercedarios habitaron el convento hasta la reforma eclesiástica de 1822 impulsada por Bernardino Rivadavia, ministro del gobernador Martín Rodríguez. Expulsado por religiosos, el edificio conventual pasó a manos del Estado en 1824. La Sociedad de Beneficiencia, fundada en 1823, solicitó la cesión del eficio en 1833, para que se instale allí el colegio de huérfanas a su cargo, que desarrolló su actividad en ese lugar hasta 1904, año en que se trasladó a la Casas de los Expósitos. Hasta 1907 sólo continuó el Colegio de Sordomudas.

   A partir de 1948 comenzó a funcionar allí la Dirección Nacional de Asistencia Social. Recién en el año 1963 fue devuelto el edificio del convento a los frailes mercedarios, aunque la atención pastoral de la Basílica sigue el cargo del clero diocesano. El templo fue declarado Monumento Histórico Nacional el 21 de mayo 1942.

La nieta de Bonaparte

   Una historia muy curiosa tiene a esta iglesia como escenario. El 9 de mayo de 1847 arribó al puerto de Buenos Aires Alejando Florián Colonna Walewice-Walewski, hijo de Napoleón Bonaparte y de su amante, María Waleska. Venía acompañado de una comitiva y de su esposa María Ana Ricci a punto de dar a luz. El gobierno francés lo había enviado para negociar con el gobernador Juan Manuel de Rosas. Se hospedaron en una casa de la actual calle Bartolomé Mitre al 600.

   Estando en la ciudad, el 12 de mayo, su esposa dio a luz en forma prematura a la pequeña Isabel Batista Elisa. Tan débil estaba la niña que rencién el 13 de junio pudo ser llevada a la iglesia de "La Merced" para ser bautizada por el franciscano Pierre Durand. A pesar de los esfuerzos del doctor Lepper, la pequeña Isabel falleció el 2 de julio. Al día siguiente fue llevada al cementerio de la Recoleta. Si bien se ha perdido la ubicación exacta, algunos historiadores creen que se encontraría en el sepulcro que guarda los restos de Mariquita Sanchez de Thompson.



FUENTE: Historias Curiosas de Templos de Buenos Aires. Editado por la Direcicón de Cultos de la Ciudad. 2010.

Un paseo en metrobus


Ayer quedó inaugurado este nuevo sistema de transporte metropolitano en Buenos Aires. Quién suscribe no aguantó la ansiedad, y quiso ser uno de los primeros habitantes de la la ciudad en viajar en Metrobus. En esta nota se relata la experiencia.

   Leo lo diarios, y una de las notas del día era la inauguración del Metrobús como medio de transporte urbano. Es un sistema en la cual se cubre todo el trayecto de la avenida Juan B. Justo desde Pacífico (Barrio de Palermo) hasta Liniers, por estaciones intermedias en medio de la avenida, marcado por carriles absolutamente exclusivos para estos buses.

   En los meses anteriores, he utilizado la avenida Juan B. Justo para trasladarme por la ciudad y observaba como construían las estaciones de ese transporte, se quitó un carril en cada mano y quedaron solo dos carriles hacia un lado y dos hacia el otro. Ver esas obras me causaban intriga, y cuando pregunté de qué se trataban, allí fue el comienzo de familiarizarme con una nueva palabra...metrobus. Invadió la ciudad como una novedad, “ya se utilizan en otras ciudades del mundo” decían algunos, “dicen que va a ser un transporte rápido” decían otros, “yo lo único que veo son obras y la avenida quedó más atascada” afirmaban otros. Finalmente, todas las hipótesis se iban a comprobar con tan solo hacer un viaje.

   Me encontraba en Recoleta, Las Heras y Callao más precisamente, y para hacer un trámite tenía que dirigirme a la zona de la cancha de Vélez Sarfield. “Si estuviera por Palermo me tomaría el Metrobús que me deja cerca” me decía en mi interior, como deseando una excusa para transportarme en esos carriles nuevos. Sin embargo, por donde yo estaba ni por asomo pasa estos vehículos. Finalmente, me armé mi propio recorrido: me tomo un colectivo hacia Pacífico y ahí me tomo el Metrobús. Si bien alargo el camino de Recoleta a Vélez, quizás mi entusiasmo haga que este trayecto sea más entretenido. Fue así que con cámara fotográfica en mano me dispuse a viajar.

   Llego a la estación Pacífico, y lo primero que observo es la estación inicial o terminal -como quiera verse- lleno de gente, no era que todos querían transportarse en Metrobús, sino que en esos carriles pasan –por lo menos- cuatro líneas de colectivos, las mismas que fueron utilizadas siempre, pero esta vez usarán el carril y las estaciones exclusivas. Mi primera impresión fue de la cola no se “zafa”, sin embargo debo reconocer que la espera para subir al colectivo fueron cinco minutos, pues las cuatro líneas ya estaban dispuestas a partir.

   En mi imaginario, creí que iba a encontrarme con unos cables colgando y unos vagones parecidos a tranvías, pero no fue así, me di cuenta que este es otro tipo de medios, y el siglo XXI va dejando atrás los cables. Las estaciones parecen a las del pre metro de la zona sur o a pequeñas estaciones de trencito en medio de la avenida y están escoltados por una amplio cantero de plantas.

   Llegaba el colectivo 166 que me llevaría a Velez Sarfield, y dije “ese colectivo lo conozco”, me lo he tomado infinidad de veces, era el mismo en el que viajaba antes, la novedad es que ahora lo hará en un carril exclusivo y sus paradas son andenes compartidos con otros colectivos. Sin embargo, a la vuelta me tocó una unidad nueva. Se trata de un colectivo doble que está unido por una manguera o fuelle como los que se unen los vagones de los trenes o subterráneos. Allí me encontré con un nuevo transporte, aunque eran pocos.

   El viaje era rápido, la velocidad no superaba los 30 kilómetros pero no tenía que parar, excepto en los semáforos. El colectivo estaba lleno, como cualquier otro, pero por esperar un poco fui uno de los primeros en subir y pude sentarme. Desde la ventanilla observaba como en algunos tramos los autos iban en un tránsito fluido y en otros el tráfico era más denso. Pero lo que más me llamó la atención fueron algunos motociclistas. La viveza criolla le ganó nuevamente al sistema, y algunas motos aprovecharon ese carril para sobrepasar el tráfico y andar más fluido, a pesar de que esté terminantemente prohibido. El carril del Metrobus solo lo pueden usar los colectivos y las ambulancias en un viaje de emergencia.
   La sagacidad de los motoqueros era tal, que en un momento el colectivero tuvo que hace una frenada brusca para no atropellar a uno de de ellos que se coló en el carril raudamente para evitar semáforo; justamente el espíritu del sistema es que la unidad no tenga que frenar en su marcha. Bajé en la estación Vélez Sarfield, una antes de la estación terminal de Liniers, el tiempo de duración del viaje fue exactamente de 32 minutos. Quienes usan frecuentemente la avenida sabrán si fue en un tiempo breve o no.

   La vuelta la he hecho es una de las nuevas unidades con fuelle. Hubo menos gente, entre ellos chicos entretenidos como si estuvieran viajando en el tren de la alegría o algún juego de parque de diversiones, y la vuelta demoró el mismo tiempo que la ida. Hasta allí mi experiencia con el Metrobus.

   En conclusión, es interesante el sistema de carril y estaciones exclusivos; impide la demora por tránsito y ofrece un ordenamiento vehicular novedoso en una de las principales arterias de la ciudad, buscando la fluidez tanto en colectivos como en automotores. Sin embargo habrá que ejercer un fuerte control con los motociclistas para que no desvirtúen el servicio con sus “coladas” usando ese carril, y habrá que generar más y nuevas unidades para que no hayan conglomerados de personas. Desalentar el uso del automóvil no alcanza si no se alienta el uso del transporte público brindando un buen servicio tanto en rapidez y como en comodidad.

   El tiempo nos dirá la efectividad de este servicio. Mientras tanto, si vivís o trabajás en Buenos Aires, o estás afuera pero visitás la ciudad, seguramente alguna vez utilizarás este transporte, si no es por necesidad será, como lo armé yo, para experimentar un viaje en Metrobus.

Wenceslao Wernicke

¿Cómo era Buenos Aires alrededor de 1800?


Desde su nacimiento, Buenos Aires tuvo varios cambios de imagen, a través del siguiente relato vamos a ver como era la metrópolis del Río de la Plata poco antes de las invasiones inglesas.

   A fines del siglo XVIII muchas transformaciones ocurren en Buenos Aires, que se afianzan con su declaración de capital virreinal. Entre esos cambios, en el aspecto físico se abandona la imagen de aldea de adobe y su población se incrementa rápidamente con la llegada de funcionarios que vienen a ocupar nuevos puestos dentro de la estructura organizativa del Virreynato.

   Es en estos momentos en que la ciudad va a consolidad su función comercial de intermediaria entre el interior y España, los comerciantes van a enviar numerosos mercachifles que recorrían los caminos ofreciendo mercancías. Buenos Aires se destacaba por presentar un amplio abanico de diferencias sociales, existiendo más de treinta y dos grados intermedios entre los españoles y los indígenas. Estas diferencias marcaban el acceso a privilegios y obligaciones, que podemos encontrar en la descripción de las diferentes procesiones. Es de destacar que la población negra en la ciudad realizaba una variada gama de actividades artesanales, en 1807 este grupo cubría el 30% de la población de la ciudad.

   La ciudad se destacaba por las reuniones llevadas a cabo en el interior del hogar, las famosas tertulias convocaban alrededores de la mesa y eran amenizadas por los bailes de moda. En estas ocasiones, las dueñas de casa tenían la posibilidad de hacerse oír, situación que no se contemplaba en otros ámbitos.

   El teatro congregaba a todos los sectores sociales, con la particularidad de que los hombres y mujeres asistían a la representación en sectores diferenciados. Para los miembros de la elite, este sector de encuentros les permitía mostrar las conductas consideradas “decentes” a los sectores más bajos de la población.

   Los paseos por la Alameda permitían intercambiar saludos, por la tarde era el ámbito por excelencia para el cortejo amoroso. A las pulperías, centro de la vida social masculina, donde se interrelacionaban varios de los sectores que componían la sociedad, se van a agregar los cafés que se convertirán en lugares de encuentro, lectura y discusión de las noticias de los sectores más altos, que en este momento van a iniciar su trayectoria como ámbito de discusión política.

   Los viajeros que describen Buenos Aires a fines del siglo XVIII y principios del XIX coinciden en que era una ciudad chata, de casas bajas y techos de tejas donde sobresalían a lo lejos los campanarios de las iglesias.

   El 5 de julio de 1661 el rey de España Felipe IV, declaraba que Buenos Aires era la ciudad de la América española que más interesaba a los extranjeros. Con el tiempo, las Invasiones Inglesas y otros acontecimientos posteriores vinieron a dar la razón a este monarca.

   Para 1800 los arrabales de la ciudad comenzaban en la parte sur en las calles de México y Chile por donde corría el Tercero del Sur. De allí seguía hacia el noroeste hasta la plaza de Montserrat. El límite norte era la actual calle Corrientes donde comenzaban los tunales. La plaza de toros del Retiro quedaba en la zona de quintas, y en 1807, durante las Invasiones Inglesas, fue ocupada por los patriotas. Los terceros o riachos que cruzaban la ciudad eran varios y según las crónicas, en épocas de lluvias se volvían muy torrentosos y peligrosos; los más famosos eran el de Granados o del Sud y del Temple. El centro era la Plaza Mayor, que a partir de las Invasiones Inglesas se la llamará Plaza de la Victoria. Al igual que en toda ciudad de América española, siguiendo las Ordenanzas de Población de Felipe II, alrededor de la Plaza estaban el Cabildo, el Fuerte y la Catedral. Siguiendo el reparto de tierra realizado por Juan de Garay, al fundar la ciudad en 1580, Buenos Aires era una cuadrícula, las calles se extendían de norte a sur y de este a oeste en forma paralela y cortadas en ángulo recto. El centro de la Plaza de mayo estaba ocupado por la Recova Vieja, entre las calles Defensa y reconquista. Era un edificio de estilo morisco con un arco central, concurrido por las familias que iban a oír las retretas tocadas en el Fuerte, y también los vendedores de mazamorras, tortas fritas, empanadas, etc. Con el correr del tiempo, su función de mercado fue creciendo.

   En el siglo XVIII se realizó el primer empedrado en las calles, tarea impulsada por el virrey Juan José de Vértiz, así como también la nivelación de la ciudad, la iluminación, el establecimiento de la Imprenta, la construcción del primer teatro y la fundación del Real Colegio de San Carlos.

   La iluminación se realizaba mediante faroles estrechos que contenían en su interior una vela de sebo, la que al quemarse oscurecía el vidrio, resultando deficiente.

   Las calles eran insoportables por la tierra en verano y por el barro en invierno; cuando fueron empedradas, había un declive hacia el centro para que corriesen las aguas.

Las casas

   Las primeras construcciones eran ranchos de adobe y paja, esta última fue reemplaza por tejas; las paredes eran muy anchas, a veces de un metro.

   Al constructor se lo llamaba “alarife”, generalmente de origen español. El estilo de estas casas era derivado de las antiguas casonas romanas con habitaciones en torno de los patios centrales. Las familias más importantes tenían casas de tres patios: el primero de los señores, el segundo del servicio y el tercero para la huerta o corral.

   Las fachadas tenían ventanas o balcones de rejas salientes o voladas, y además de la puerta principal de madera, existía una de hierro. El patio de antes recordaba a los de Andalucía, con gran vegetación, con un aljibe que reemplazó al pozo, parrales, higuera y otros árboles. Las casas de familias acomodadas contaban con un salón principal, la sala, con muebles macizos, a veces con dorado, espejos y alfombras. Las arañas tenían bujías con fanales de cristales y caireles. Los techos era de madera blanca, los dormitorios con una cama en el medio, un sofá o cómoda; cuadrando el patio, estaba el comedor y después los dormitorios hasta la cocina. Los pisos eran de ladrillo de los llamados de piso. Las chimeneas, poco usadas, eran reemplazadas por grandes copones de bronce con carbón de leña. El mobiliario general era sencillo y sólido, y los estilos usados podían ser franceses o ingleses.

Las iglesias

   Las iglesias daban la idea de que Buenos Aires tenía un alto grado de religiosidad, por las noches sonaban las campanas y acudía una multitud de fieles. Las clases bajas asistían temprano, y las grandes señoras iban a misa de las doce, con grandes mantos negros sobre el rostro, rosarios y crucifijos, y una esclava las seguía detrás portando el devocionario.

   Las fiestas religiosas era populares y solemnes. La de San Martín de Tours, Patrono de la Ciudad, el día 11 de noviembre, era tan importante que formaba todo el ejército, y concurrían las autoridades al Tedéum en la Catedral. También se celebraba con gran pompa la fiesta de Corpus Christi: la tradicional procesión recorría las calles del centro de la ciudad, y asistían autoridades eclesiásticas, congregaciones, pueblo y ejército. La fiesta de Santa Clara, segunda Patrona de Buenos Aires, se celebraba en la iglesia de San Juan, también con gran pompa. Era innumerables las fiestas en honor a distintos santos. Se destacaban especialmente las celebraciones de Semana Santa.

   En esta época la ciudad tenía seis parroquias, dos monasterios, seis convenitos, restos de arquitectura jesuítica, un orfanato y un hospital.

El teatro

   Desde mediados del siglo XVIII había teatro en Buenos Aires, de acuerdo con una solicitud de representar óperas y comedias; aunque no consta la puesta en escena de óperas sino de obras del teatro clásico español. El lugar utilizado para esto fue un baldío en la actual calle Reconquista, llegando a Lavalle. En general, la comedia era el género más frecuente, y se representaba en los “corrales”, lugares descubiertos así llamados en distintos pueblos españoles.

   Pero no hubo un teatro propiamente dicho hasta que se levantó el de “La Ranchería”. En tiempo del virrey Vértiz se llevó adelante el propósito del empresario Velarde, de construir un galpón con capacidad suficiente y todas las comodidades necesarias en una zona conocida como la ranchería porque allí estuvieron los ranchos de los indios mansos de las reducciones jesuíticas. Esto era en la esquina de Perú y Alsina, y empezó a funcionar en 1778.

   Vértiz hizo colocar faroles con velas de sebo para iluminar tanto el galpón como las calles de los alrededores, dado que era una zona oscura; de esta manera se facilitaba la concurrencia de los vecinos. El mismo virrey, que frecuentaba casi todas las noches el teatro, decidió anunciar que destinaría lo recaudado para el Asilos de Niños Expósitos, con el propósito de fomentar la asistencia del público. El interior del teatro era sencillo, con hileras de bancos de pino que formaban la platea; las tres primeras tenían respaldo y eran las más caras, y las últimas las más baratas, que eran para el público que pagaba entrada general y permanecía parado. Las obras que se representaban eran comedias, sainetes, dramones y tonadillas. Sin embargo, corta fue su vida, ya que un cohete cayó sobre el techo de paja y produjo un incendio en agosto de 1792. En 1806 los ingleses ocuparon los restos que quedaban del teatro y lo usaron como cuartel.

   Posteriormente en la esquina de Reconquista y Cangallo, frente a la iglesia de la Merced, se estableció el Coliseo o Teatro Argentino, que hasta 1812 se llamó Teatro Provisional de Comedias, donde en 1806 y 1807 con motivo de la Reconquista se realizaron grandes festejos.

La población y sus oficios

   De los cuarenta mil habitantes que aproximadamente tenía Buenos Aires para principios del siglo XIX, la quinta parte eran blancos y el resto mestizos de variadas gamas.

   Entre los blancos, los españoles ocupaban cargos dirigentes y, junto con los criollos (hijos de extranjeros nacidos en América), desempeñaban también diferentes profesiones y oficios, como por ejemplo: abogado, boticario, carpintero, carretillero, cirujano, estanciero, herrero, librero, médico, músico, pulpero, entre otras.

   En cuanto a los negros, fueron traídos como esclavos en el período colonial, y su número aumentó a partir del Tratado de Ultrecht (1713). La Compañía del Mar del Sud los introdujo en Buenos Aires y la plaza del Retiro se constituyó como un mercado de esclavos. Muchos de ellos realizaban oficios para sus dueños: albañil, aserrador, carnicero, cocinero, cochero, herrero, músico, platero, zapatero, entre otros. Podemos observar que había algunos oficios comunes a todos los grupos, como los de albañil, hortelano, zapatero y peón. Los negros libres eran escasos.

   Los indios y mestizos (mezcla de blanco e indio) eran los grupos étnicos menos numerosos en la ciudad, pese a que el mestizaje fue muy fuerte en la América española.

   En relación con el comercio, pocas conclusiones pueden sacarse sobre el lucro profesional, las transacciones diarias se anotaban en trozos de papel o en una libreta.

   Las anotaciones eran pocas, ya que el dinero era el único medio de pago. Sin embargo nuevos estudios demuestran la existencia de créditos y pagos en especies. El metálico era escaso.

Las costumbres

   En el verano era común el baño en el río, temporada que se iniciaba el 8 de diciembre con la bendición de las aguas que hacían los franciscanos y dominicos. Las señoras se bañaban por la tarde, a la caída del sol: los tenderos y almaceneros lo hacían de noche.

   En el atuendo femenino cabe destacar por su elegancia, el abanico; los había de gran diversidad: de encaje de Inglaterra, de cabritilla blanca pintada, de encajes diversos, de rico papel pintado, con lentejuelas, etc. Tenían las varillas de marfil y de nácar, labradas con incrustaciones de oro. El abanico era un elemento esencial para la dama en su trato social.

   Los viajeros coinciden en afirmar que las damas los compensaban de sus infortunios con su viva charla, una gran dulzura y deseos de agradar. Sus vestidos no eran ostentoso, hombros y cabezas cubiertos por una capucha que oscurecía una parte del rostro, no usaban sombrero y su largo cabello negro estaba anudado en un apretado moño sobre la cabeza sujeto con una peineta. Este accesorio era considerado por ellas como muy sentador, ya que también lo usaban sus niños de meses, lo que resultaba bastante cómico. Zapatos altos y medias de seda con lentejuelas adornaban generalmente las piernas femeninas.

   En cuanto a las comidas, las clases alta comúnmente desayunaban chocolate y masitas: en el almuerzo, el primer plato era una sopa con pedazos de carne vacuna y de cerdo, porotos y legumbres u otros ingredientes como huevos, pan y espinaca con tiras de carne; el segundo plato era carne asada en tiras y finalmente pescado nadando en aceite y ajo. También comían albóndigas con arroz, locro, empanadas cordobesas con sabroso picadillo de carne y cebolla. Los pasteles caseros se mandaban a cocinar a la panadería, de donde volvían, con frecuencia, quemados o fríos ya que no había hornos en la casas. Era una alimentación muy sana, de postre comían frutas como manzanas, peras, brevas, duraznos, sandías, melones; o la leche crema, el arroz con leche con canela, el maíz frito, los orejones de durazno con azúcar, las tortas fritas y los dulces. Las damas bebían agua y los caballeros vino blanco de San Juan o tinto de Mendoza. Ellos fumaban y dormían la siesta hasta alrededor de las cinco. Luego daban una vuelta para airearse; la costumbre de hacer ejercicio no existía en aquella época. Lo mismo se repetía a la noche, y luego iban a dormir.

   ¿Cómo se proveían de los elementos básicos? La leña se descargaba en las puertas de las casas; los escoberos, con sus escobas y plumeros de plumas de avestruz recorrían la ciudad de día y de noche, como también los lecheros, los pasteleros, los mazamorreros, etc.

   Los primeros aguateros llevaban sus pipones de agua del río sobre dos grandes rudas conducidas por bueyes, ya que el agua limpia se encontraba lejos de la costa. Este sistema funcionó así hasta que comenzó la provisión de aguas corrientes, recién a fines del siglo XIX.

FUENTE: Invasiones Inglesas al Río de la Plata. Editado por el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. 2007

La casa del árbol olvidado


En Palermo hay una casa donde alguna vez salió un árbol de su ventana. Ello dio pie para que naciera una leyenda en aquella zona que se confunde con Villa Crespo

   Que es una leyenda sino una licencia. Licencia que permite tomar elementos imaginativos que hace transmitir una narración haciéndola pasar por verdades, esa leyenda puede partir o basarse de una realidad. Generalmente pasan de generación en generación y se suprimen o añaden datos.

   Pues lo que se va a contar es una novel leyenda urbana que escuché de un vecino. Es la historia de un árbol, que alguna vez estuvo en la ventana de una casa del barrio de Palermo, llegando a Villa Crespo; y ahora no está por decisión del propietario que, posiblemente, veía el riesgo de la estructura de su casa.

   En la avenida Scalabrini Ortiz 1353 hay una casa, hasta hace poco tiempo de su interior salía un árbol, cuyas ramas, en perfecto estado, se elevaban buscando la luz exterior.

   Enfrente a esa casa, cruzando la avenida, está la parroquia del Perpetuo Socorro, una iglesia de obra inconclusa, por razones presupuestarias o de otra índole nunca llegó a completarle. Aún así al día de hoy continúa dictándose misa.

   Cuenta la leyenda, que una vez un cura se hizo cargo de la iglesia, le decían el padre Andrés, y su aspiración era completar la obra. El cura aprovechó la amistad de unos vecinos e instaló su cuarto en la casa de ellos, al cual fue invitado a hacerlo, ya que era imposible vivir en el templo en el estado en que se encontraba.

   La casa donde residía el cura quedaba enfrente a la iglesia, apenas cruzando la avenida Scalabrini Ortíz. La ventana de su cuarto daba a la calle, y entraba mucha luz. Un día una feligrés le regaló un ficus, se lo dio para cuidarlo y cuando estuviera en condiciones la iglesia colocara la planta dentro de la parroquia para alegrar el ambiente.

   Así hizo el padre Andrés. Tomó la planta y lo llevó a su casa; en su habitación notó que el piso tenía un hueco y éste daba a la tierra. Con sus propias manos armó un macetero y plantó el ficus en el agujero de su habitación.

   El padre cuidó mucho de la planta, lo regaba todos los días, antes de ponerse a leer. El ambiente era agradable porque entraba la luz necesaria y una humedad del lugar lo ayudaba a mantenerse. Cuentan que el ficus sentía el cariño que propendía el cura, por ello en poco tiempo era una planta fuerte y erguida.

   Mientras tanto el padre Andrés luchaba para poder culminar la obra de la iglesia. Un día recibe un telegrama en el cual se informa su transferencia a un pueblo del interior. Tenía que luchar contra su deseo de quedarse para continuar con su iglesia o cumplir con el deber que le encomendó la orden eclesiástica. Por supuesto, para él estaba su deber ante todo.

   El día de su partida, con tristeza el cura se despidió de la planta que tanto quería. El mismo se prometió que cuando termine su misión volvería a la casa para que, una vez culminada las obras de la parroquia, lo traslade a la iglesia que es el lugar donde debe estar, por ello oró para que la obra terminara. Fue así que se marchó.

   La leyenda cuenta que el pequeño ficus no soportó el alejamiento de su protector y se convirtió en árbol, colándose por la ventana hacia la calle para contemplar la iglesia y esperar allí la vuelta del padre Andrés para que lo llevara a su nuevo hogar. Ese árbol dio camino a la vida para permanecer durante mucho tiempo fuera de los barrotes de la ventana.

   Finalmente, y no hace mucho, el dueño de la propiedad puso fin a la vida de ficus mandándolo a cortar para así cerrar las ventanas del padre Andrés, quién nunca más volvió.

   El único rastro de esa leyenda que hay es la foto donde se ve al árbol testimoniando que la vida puede abrirse paso a pesar de los obstáculos. Más allá de lo legendario del relato, cuando pasemos por la iglesia inconclusa, sabremos de una historia donde dice que alguna vez hubo un árbol que esperaba a su protector, para que lo llevara a su hogar.

Wenceslao Wernicke


La Casa de los Leones


Una leyenda urbana cuenta que un extravagante millonario decide tener animales peculiares en su casa y eso desatará una tragedia en su familia.

Barracas, es un barrio del sur de la ciudad que se ha caracterizado en la historia por las barracas en donde se trabajaba las carnes y cueros durante el siglo XIX; también por allí pasaba uno de los caminos más importantes que iban al puerto del riachuelo, la calle larga, hoy bautizado como Montes de Oca. Es el barrio donde en el siglo XX asentaron su fábricas empresas alimenticias como Canale, Bagley y Aguila y hoy copan espacio importantes imprentas del país.

Por la avenida Montes de Oca pasan lugares con historias y leyendas, desde la antigua iglesia de Santa Lucía hasta la iglesia de Santa Felicitas, que cuenta la legendaria historia de Felicitas Guerrero. También una importante institución alberga esa avenida, se trata de la ex casa cuna y actual Hospital de Niños “Pedro Elizalde”.

Si bien la leyenda de Felicitas es la más conocida, en ese mismo barrio se encuentra una casa con una leyenda menos conocida pero no menos apasionante. Estamos hablando de la casa de los leones. Una casa de estilo francés que queda a la altura 100 de la avenida Montes de Oca, justamente al lado del Hospital.

Esa casa fue adquirida por Eustoquio Díaz Vélez, uno de los hombres más ricos de mediados y fines del siglo XIX. Su fortuna era comparable a los Anchorena, los Alazaga, los Guerrero y otras familias encumbradas de la ciudad.

La fortuna de Díaz Vélez radicaba principalmente en las grandes extensiones de tierras que tenía en las costas del sur de la provincia de Buenos Aires, sus estancias y actividad ganadera le redituaban importantes ingresos que lo colocaban en las altas esferas de la sociedad porteña. La ciudad de Necochea y sus alrededores se encuentra en esas tierras que pertenecieron a su familia y las donaron para fundar ese partido costero. Aún así, el estanciero contaba con muchas hectáreas para continuar con el comercio.

Si bien este hombre era muy conocido en la ciudad, quién llevó el apellido a la historia argentina fue su padre, el general Eustoquio Díaz Vélez; este hombre luchó en las invasiones inglesas y en las guerras de la independencia que le valió ascensos hasta llegar a ser el segundo del general Manuel Belgrano en el ejército del norte. El general Díaz Vélez tiene también el alto honor de haber sido quién sostuvo la bandera Argentina mientras Belgrano le juraba fidelidad.

Y fue este general quién supo adquirir, en buena ley y mediante actos de comercio, la gran cantidad de hectáreas en el sur de la provincia que fueran heredadas por sus hijos y otra parte donada para la fundación del partido de Necochea.

Eustoquio hijo, supo aprovechar la fortuna heredada e hizo crecer la misma en forma hábil y sostenida. Sin embargo, este hombre millonario era muy extravagante, y ello es el tema que nos lleva a hablar de la leyenda de la Casa de los Leones.

En el año 1880, Díaz Vélez decidió vivir en el barrio de Barracas, más precisamente en la calle larga. Para ello adquirió una mansión de estilo francés, adujo que él viajaba constantemente a sus estancias en el sur; y esa casa era una de las más cercanas al puente Gálvez –hoy puente Pueyrredón-, el único que cruzaba el riachuelo. Por otro lado, en esa época ese barrio se caracterizaba por albergar importantes casas-quintas, pocos años antes y a pocas cuadras fue donde ocurrió la tragedia de Felicitas Guerrero.

Eustoquio Díaz Vélez además de terrateniente también fue dos veces presidente del club El Progreso, un ambiente de elite donde los políticos, ciudadanos y empresarios de importancia se reunían para hacer sociales para que surgieran importantes negocios y se tomaran decisiones políticas para el país.

Estuvo casado con Josefa Cano Díaz Vélez, quién era sobrina de él ya que era hija de una hermana suya. Y con ella tuvo hijos que luego, cuando heredaran la gran casona, la transformaron dándole un estilo más europeo con amplias mansardas en la parte superior. El jardín lo dejaron intacto como lo diagramó su padre.

Hemos dicho que este hombre era un millonario extravagante, y así fue, su casa estaba muy alejada del centro y temía que por la noche algunos moradores entraran para robar; si bien lo común era abastecerse de perros guardianes, Díaz Vélez sentía pasión por los leones, es por ello que mandó a traer tres de estos felinos africanos para que cuiden el hogar.

Los animales estaban sueltos por el jardín por la noche y durante el día de los dejaba en jaulas que estaban debajo de la casa pero se ingresaban por una escalera exterior. Cuando había eventos nocturnos en la mansión, los leones quedaban en sus jaulas para que no ocurriera ningún accidente con los invitados.

Una de las hijas de Díaz Vélez se enamoró de un joven que también pertenecía a una familia de estancieros. Los dos estaban tan enamorados que decidieron comprometerse. El padre estaba muy feliz con la novedad, no solo porque compartían la misma actividad económica, sino también porque conoce a la familia del pretendiente y eran amigos desde hace tiempo.

Era costumbre de la época que las fiestas de compromiso se organizaran en la casa de la novia; por ello don Eustoquio se encargó personalmente de los preparativos del evento. Era su primera hija en casarse y quería hacer una gran fiesta, invitó a todos los socios del club, también a muchas familias del barrio y a sus conocidos de todos los rincones de la ciudad.

No solo eso, también mandó a traer a todos los capataces y peones de sus estancias, pues quería compartir con ellos su felicidad; además siempre sostuvo que los trabajadores de sus campos participaron en la crianza de su hija, no podía dejarlos afuera. Para ello, los albergó en un importante hotel en el barrio de Constitución.

Llegó la noche y las mesas estaban sobre el jardín, era una noche clara de tiempo templado, como suele ser en los primeros meses del año. Una orquesta amenizaba la fiesta con música de fondo. En la entrada a la mansión se encontraban don Eustoquio y doña Josefa para recibir a los invitados.

Como era costumbre, los leones estaban encerrados en sus jaulas, no podía dejar a los invitados a merced de la voluntad de estos felinos. Sin embargo, un error humano, dejó una jaula mal cerrada; el león movió la puerta y ésta se abrió posibilitando la huida del animal.

La fiesta era monumental y había tanto jolgorio que nadie se percató del escape del león. De hecho el animal salió con mucho sigilo del lugar logran eludir las seguridades del lugar.

La música y tertulias fue interrumpida por el novio, quién solicitó la atención de todo el público presente. Agradeció a todos su presencia e invitó a su amada a acercarse a quien le pidió matrimonio y le entregó un anillo en muestra de su amor.

La alegría de ambos pretendientes era de tal magnitud que contagió a los invitados y plasmaron en un gran aplauso el compromiso, el padre de la novia fue uno de los que profería mayor plausibilidad por la felicidad que sentía al ver el acontecimiento.

Es en ese instante, el león sale de uno pequeños matorrales que había en la medianera de la casa para abalanzarse sobre el novio. Mientras el hombre luchaba contra el gigantesco animal y gritaba de desesperación, su novia y los invitados miraban consternados el suceso. Nadie sabía cómo reaccionar, solo las mujeres atinaban a gritar, pues quien iba a imaginar que en las costas del Río de la Plata alguien podía ser atacado por un león.

Don Eustoquio fue quien reaccionó rápidamente. Se dirigió a su despacho y tomó una escopeta que utiliza para cazar animales en el campo. La cargó y desde la ventana apuntó y con mucha certeza derribó al animal, matándolo en el acto.

Era tarde, el novio yacía destripado y muerto en el jardín víctima de las garras y colmillos del león. La fiesta pues, había terminado en tragedia. La policía y los médicos llegaron inmediatamente, lo galenos nada pudieron hacer por el hombre, si uno observaba el descuartizamiento, sabría que era imposible que estuviera vivo.

La familia del novio culpó a don Eustaquio por su muerte, ya que no entendía cómo podían tener en su casa animales salvajes y carnívoros. Pero para desgracia del dueño de la casa, no eran ellos solamente quienes lo culpaban de lo sucedido. Su hija también lo encaró y lo maldijo, ella quedó con el corazón destrozado, pues el único hombre que había amado fue muerto por uno de los animales de su padre.

La tragedia de la familia de don Eustoquio se profundiza más cuando la joven Díaz Vélez decide quitarse la vida porque no soportaba más convivir con el dolor de haber perdido a su amado. Luego de enterrarla, don Eustoquio cae en una profunda depresión; no visita más sus estancias como solía hacerlo y se encierra en su cuarto pasando la mayor parte de los días allí.

Algunos cuentan que –en un estado de locura- el hombre decide sacrificar a los leones para recuperar a su hija. Pero la pasión por estos animales continuaba en Díaz Vélez, por ello decide hacer monumentos de los leones y colocarlos en el jardín. La extravagancia llega a tal punto, que una de las estatuas es un león atacando a un hombre que lucha contra las fauces del animal. Esa escena hace suponer que representa el ataque al pretendiente de la hija de Díaz Vélez.

La casa continúa en la avenida Montes de Oca al 100, y también las estatuas. Hoy allí funciona la asociación VITRA –Fundación para Vivienda y Trabajo para le Lisiado Grave-. Los huéspedes del lugar cuentan que por las noches escuchan gritos y llantos, los que conocen la historia dicen que los gritos pertenecen al novio y los llantos a la novia.

Es así que al día de hoy, la casa de los leones despierta la curiosidad de los transeúntes por la historia que despiertan los leones que posan en el jardín de lo que fue la casa de Eustoquio Díaz Vélez.

El Palacio Barolo


El Palacio Barolo es un edificio de oficinas que forma parte de la postal de Avenida de Mayo. La historia y arquitectura está muy ligada a la Divina Comedia de Dante Alghieri

   En la avenida de Mayo, dos cuadras antes de llegar a la Plaza del Congreso viniendo desde Plaza de Mayo, a la izquierda una mole de muchas ventanas con balcones eclécticos y un faro a su altura llamará mucha la atención. Se trata del palacio Barolo, uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires.

   El edificio queda en la avenida de Mayo 1370, en su planta baja hay un pasaje que conecta con la calle Hipólito Yrigoyen, el guía del edificio Miqueas Thärigen nos esperó para llevarnos hasta el faro y poder admirar la ciudad desde una importante altura en trescientos sesenta grados.

Historia

   Luis Barolo, progresista y poderoso productor agropecuario, llego a la Argentina en 1890. Fue el primero que trajo máquinas para hilar el algodón y se dedicó a la importación de tejidos. Instaló las primeras hilanderías de lana peinada del país e inició los primeros cultivos de algodón en el Chaco.

   En el centenario de la revolución de Mayo, conoció al Arq. Mario Palanti (1885-1979), a quien contrató para realizar el proyecto de un edificio que tenía en mente. Este se convertiría en una propiedad exclusivamente para rentas. Luis Barolo pensaba, como todos los europeos instalados en Argentina, que Europa sufriría numerosas guerras que destruirían todo el continente. Desesperado por conservar las cenizas del famoso Dante Alighieri, quiso construir un edificio inspirado en la obra del poeta, “la divina Comedia”.

   El terreno elegido para levantar el palacio tenía una superficie de 1365 m2 y un frente de 30,88 metros. Ubicado en la Avda. de Mayo 1370 y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), la superficie cubierta resultó de 16.630 m2. En 1919 comenzó la edificación del palacio que se convirtió en el más alto de latinoamérica, y en uno de los más altos del mundo en hormigón armado.

   Con un total de 24 plantas (22 pisos y 2 subsuelos), 100 metros de altura se hicieron posibles gracias a una concesión especial otorgada por el intendente Luis Cantilo en 1921, ya que superaba en casi cuatro veces la máxima permitida por la avenida. Hasta el punto más alto de la cúpula mide 90 metros, llegando a los 100 con un gran faro giratorio de 300.000 bujías que lo hacia visible desde Uruguay.

   Una usina propia la autoabastecía en energía. En la década del ´20, esto lo convertiría en lo que hoy denominaríamos “edificio inteligente”.

   Desde entonces existen 2 montacargas y 9 ascensores, dos de los cuales están ocultos. Estos últimos respondían a las actividades comerciales de Barolo. Al llegar la mercadería ingresaba desde los montacargas ubicados en el acceso de lo que hoy es Hipólito Yrigoyen hacia los 2 subsuelos, de 1.500 m2 cada uno. Barolo utilizaba los ascensores ocultos para desplazarse de sus oficinas en planta baja, 1° y 2° piso, hasta los subsuelos evitando el contacto con sus inquilinos, que ocupaban las dependencias a partir del tercer piso.

   Desde un inicio el Palacio provocó cierta perplejidad., se habló de estilo “remordimiento italiano”, gótico romántico, castillo de arena, o cuasi gótico veneciano.

   La construcción finalizó en 1923 siendo bendecida el 7 de junio por el nuncio apostólico Monseñor Giovanni Beda Cardinali.

   En planta baja funcionó hasta su desaparición, la agencia de noticias “Saporitti”.

   En la actualidad es un edificio exclusivamente de oficinas.

El Palacio Barolo y la Divina Comedia

   El Arquitecto Mario Palanti también era un estudioso de la Divina Comedia, y llenó el palacio con referencias a ella.

   La planta del edificio está construida en base a la sección áurea y al número de oro. La división general del palacio y de la Divina Comedia es en tres partes: infierno, purgatorio y cielo. Las nueve bóvedas de acceso representan los nueve pasos de iniciación y las nueve jerarquías infernales; el faro representaba los nueve coros angelicales. Sobre el faro está la constelación de la Cruz del Sur que se ve alineada con el eje de Barolo en los primeros días de junio a las 19:45 horas. La altura del edificio es de 100 metros y 100 son los cantos de la obra de Dante; tiene 22 pisos tantos como estrofas los versos de la Divina Comedia.

   Los detalles cuidados caracterizan este proyecto: desde las citas personales en latín sobre la obra del Dante en el edificio, hasta la apertura del mismo, llevada a cabo en la fecha del aniversario del poeta.

   El arquitecto Carlos Hilger detalla las similitudes del edificio con al obra del Dante, “La divina Comedia” “La distribución del edificio está basada en la métrica de la Divina Comedia del Dante. En arquitectura esto se conoce como un Danteun.

   Edificio se divide en dos bloques, con 11 oficinas por bloque en cada uno de los niveles. El número restante, el 22, responde a la métrica utilizada por Dante en los 100 cantos.

   Entre las tres divisiones de la Divina Comedia, Infierno, Purgatorio y Paraíso, que cita Borges en su obra “Nueve ensayos dantescos”, se cumple la relación pitagórica que determina el número Pi(3,14); dicha relación se da en la división original del acceso mediante los ascensores.

   En el pasaje central, el palacio cuenta con 9 bóvedas de acceso que representan al infierno: para Dante, este no era un fin teológico, sino el punto de partida en las etapas de iniciación emprendidas para la llegada del paraíso.

   Las 9 bóvedas se dividen, desde el centro, de la siguiente manera: tres hacia la Avda. de Mayo, tres hacia Hipólito Yrigoyen, la bóveda central se extiende hacia la cúpula, y las que contienen las escaleras hacia los laterales.

   Cada una de las seis bóvedas transversales, así como las dos laterales, contienen inscripciones en latín, y se pueden distinguir catorce citas que pertenecen en total a nueve obras distintas, manteniendo así, el número que se repite a lo largo de la Divina Comedia. Algunas de ellas pertenecen a Virgilio, otras a escrituras bíblicas. “La letra mata, el espíritu vivifica”, y “está fundada sobre piedra firme”, dan testimonio del sentido espiritual con el que fuera construido el edificio, determinando su carácter y función: un templo laico que promueve las artes liberales.

   Entre las bóvedas transversales sobre las columnas, se ubican cuatro lámparas sostenidas por cuatro cóndores y dos dragones, un macho y una hembra, que representan los principios alquímicos, el mercurio y el azufre, y sus atributos.

   La bóveda central se encuentra sobre un punto de bronce en la que se ubicaba, originalmente, una estatua de un cóndor con el cuerpo del Dante elevándolo al paraíso. El actual propietario de la pieza es un coleccionista marplatense que se niega a venderla a los propietarios del edificio.

   Los pisos superiores y la cúpula simbolizan los siete niveles del purgatorio.

   La cúpula está inspirada en un templo Hindú dedicado al amor, y es el emblema de la realización de la unión del Dante con su amada Beatrice.

El palacio construido por Palanti

   Representa el dinámico y drástico cambio entre la tradición y el modernismo arquitectónico. El mismo año de su graduación, 1909, se traslada a la Argentina para realizar, junto a Francisco Gianotti, la construcción del pabellón italiano de la exposición del centenario de la revolución de Mayo.

   A partir de entonces, colabora con el estudio de Prins y Razenhofer, (proyecto facultad de derecho, actual facultad de ingeniería). Luego, instala su oficina en Avda. de Mayo 695 y construye, independientemente edificios privados.

   Con un viaje temporario para participar como voluntario en la primera guerra mundial, un regreso a la Argentina, y una partida final a su tierra natal, podemos dividir su obra en tres etapas:

- Primera: el periodo inicial de estadía en el país (1909-1916) .

- Segunda: (1919-1929), de mayor madurez en sus proyectos.

- Tercera: llevada a cabo en Italia con su remoto definitivo.

   En la segunda etapa, (década de ´20), desarrolla una poética monumental con estos dos ejemplos bien precisos: edificios concebidos como “Columnas de Hércules” del Río de la Plata, monumentos de Montevideo y Buenos Aires, que compiten por lograr la mayor altura y que dialogan como “faros” a escala territorial del estuario.

   En el Palacio Barolo encontramos varias condiciones excepcionales, comenzando por el sentido autocelebratorio del inmigrante en la Argentina de fin de siglo y la gran operación inmobiliaria de pisos de oficinas sobre la avenida mas importante de la ciudad...variación de dimensiones de lotes, eliminación del parcelamiento tradicional de pequeñas unidades rectangulares, anulación de restricciones de altura, hace posible una nueva estética urbana, que se combina con elementos propiamente modernos: estructura de hormigón, bowwindows y el empleo de una planta de tipo de oficina, acorde a las necesidades de la circulación vertical.

   Similar sentido celebratorio se reitera en el palacio Salvo de Montevideo. Dicha creación es resultante de un concurso del año 1922, declarado en primer término desierto y luego adjudicado a Palanti. De mayor altura, repite las constantes del Palacio Barolo: un cuerpo de base sobre la plaza y una atalaya que se eleva – en este caso en esquina – con una decoración similar de haces superpuestos coronados con una cúpula-faro que trata de dar al edificio una escala geográfica.

   Palanti pretendía enmarcar lumínicamente el acceso a la desembocadura del Río de la Plata, como bienvenida a los visitantes extranjeros que llegaban en barco desde el Atlántico. Por eso construyó un edificio gemelo, ubicado en la arteria principal de Montevideo, la Avda. 18 de Julio: el Palacio Salvo. En ambos Edificios se erguían cúpulas robustas para soportar faros de 300.000 bujías, que tendrían la posibilidad de dar mensajes a la sociedad mediante luces de colores.

   En 1923 anunció a la ciudad el resultado de la histórica pelea de boxeo entre Luis Angel Firpo y Jack Dempsey por el título mundial de peso pesado que se realizaba en Madison Square Garden, Nueva York.

   El color blanco indicaría el triunfo del norteamericano y el verde, anunciaría como ganador al representante local.

   Firpo saco de ring a Dempsey y el faro se encendió de color verde. El norteamericano estuvo 19 segundos fuera del ring pero volvió a subir y noqueó a Firpo: el faro, luego de unos minutos, volvió a encender de color blanco.

   El lenguaje arquitectónico del edificio es difícil de inscribir en un estilo o escuela precisa. A partir de una actitud impresionista, su arquitectura representa un importante intento de conjugar distintas trazas de la tradición arquitectónica europea (por que ante el temor ante la inminente segunda guerra mundial, quería preservar los estilos arquitectónicos europeos) presentes en el neogótico y el neorrománico, con modernas técnicas constructivas a la manera estadounidense y rasgos de carácter rioplatense y sin olvidar que la cúpula esta inspirada en el templo Rajarani Bhubaneshvar (india, del siglo XII), para representar el amor tántrico entre Dante y Beatriche.

   Calificado por el autor como un “rascacielo latino”, el Barolo es representativo de una actitud arquitectónica impregnada de prefiguraciones oníricas, de gestos únicos y ideales heroicos, dentro del espíritu del “resurgimiento”.

   El Barolo es también un buen ejemplo de las aspiraciones para abrir el camino a una arquitectura nueva, superada de las tensiones a las que había llegado el eclecticismo historicista. Desde el punto de vista urbanístico, es una pieza unica que demuestra la posibilidad de aunar creatividad y respeto por el entorno. Y ya a una escala regional, con su casi gemelo, el Palacio Salvo de Montevideo, un monumento mistificador de la civilización rioplatense en su apogeo.

   Para su construcción fue necesario pedir un permiso especial ya que superaba casi cuatro veces la altura máxima permitida a los edificios de la zona. Fue el primer edificio argentino construido con hormigón armado, las escaleras tienen 1410 peldaños revestidos con mármol de Carrara y están decoradas con herrajes, vitraux, lámparas y molduras, mientras que las paredes y columnas fueron cubiertas por granito.

   La compleja volumetría externa del edificio se articula en basamento, fuste y coronamiento.

   El motivo central del basamento es el gran pasaje con imponentes portales sobre ambas calles, Avenida de Mayo e Hipólito Irigoyen. El fuste o cuerpo central se resuelve con una colmena de bow-windows terminada por una suerte de mansarda de tres pisos. El coronamiento corresponde a la torre que, insinuada desde planta baja, se desprende de la masa general del edificio para elevarse aislada, y ser rematada por una cúpula donde se vuelcan gran cantidad de recursos formales y simbólicos, conmemorativos de la cima alcanzada y resumen de la imagen del edificio.

  Gracias a una importante participación de los dueños del edificio, se llevarán a cabo obras de restauración y conservación a fin de que el palacio mantenga el estilo de principio de siglo.

   Se emplearon 4.300 m2 de cemento armado; 8.300 m2 de mampostería; 1.400 m2 de material para pavimentos; 1.450 m2 para estucos y revestimientos, 70.000 bolsas de cemento; 650 toneladas de hierro y más de 1.500.000 ladrillos, así como similar cantidad de ladrillos huecos. El recorrido total de las escaleras es de 236 metros con 1.410 escalones.

   Los ascensores (9) y montacargas (2) fueron diseñados especialmente.

  Gracias a una importante participación de los dueños del edificio, se llevarán a cabo obras de restauración y conservación a fin de que el palacio mantenga el estilo de principio de siglo.

Fuente: Página web del Palacio Barolo www.pbarolo.com.ar
Dirección: Av. De Mayo 1370
Visitas Guiadas
Visitas Nocturas: Son todos los viernes a las 20 horas, en la que se enciende el faro.
Visitas diurnas: Se realizan los días lunes y jueves en el horario de 16 a19 hs. Cada una hora
Guía: Miqueas Thärigen
Teléfonos para averiguar costos y horarios: (54-11) 4381-1885 / (54-11) 4381-2425 / (54-11) 15 5027 9035 / (54-11) 15 5483 5172