Rincones, Historias y Mitos de Buenos Aires

Esta página está dedicada a conocer los rincones, las historias y los mitos de la Ciudad de Buenos Aires - República Argentina

La casa de la palmera


Esta es la tenebrosa leyenda de una familia del barrio de Balvanera que vivió a escasos metros del Congreso Nacional

Una misteriosa y macabra leyenda engloba a la familia que vivió en la casa de Riobamba al 100 –a escasos metros del Congreso Nacional- a fines del siglo pasado. La casa tiene una prominente palmera en su frente que la cubre casi en su totalidad, por ello es conocida como la casa de la Palmera. Si bien algunos dicen que este lugar inspiró a Julio Cortázar para su libro “Casa Tomada”, lo cierto es que conocedores del escritor niegan rotundamente la versión.

La tenebrosa historia comienza a fines del siglo pasado, donde en Buenos Aires había una viuda llamada Catalina Espinosa de Galcerán, su esposo -el Dr. Galcerán- era un médico muy reconocido en la ciudad, murió durante la fiebre amarilla de 1871 mientras ayudaba a los enfermos.

La viuda compró la casa, le gustó el estilo de petit hotel francés, que aquella época era inusual, y sin dudarlo la adquirió. Su interés principal era de tener una casa grande porque tenía seis hijos, cinco varones y una mujer.

Catalina era una mujer millonaria que contaba con fortunas heredaras de sus padres y con la fortuna de su difunto esposo, quién también le dejó una considerable pensión por sus heroicos actos durante la fiebre amarilla.

Sus hijos no tuvieron necesidades, por ello pudieron dedicarse a sus estudios sin necesidad de trabajar. Todos terminaron su carrera profesional, había un médico, un ingeniero, un abogado, un escribano y un arquitecto.

También estaba la única mujer cuyo nombre es Elisa. Ella era muy religiosa, a tal punto, que iba a misa todos los días y siempre iba a un taller de biblia que se daba en la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, a escasas cuadras de su casa.

Además ella era una persona muy aplicada, muy estudiosa y muy trabajadora, allá por el año 1909 terminó su carrera de taquígrafa. Cuentan que cuando llegó a la puerta de su casa, Elisa antes de ingresar giro su cabeza y fijó su mirada en un palacio inaugurado hace tres años atrás que estaba a 100 metros de su propiedad. Era el Congreso Nacional y sin dudarlo se dirigió allí para solicitar trabajo; la providencia hizo que justo estuvieran buscando taquígrafas para cubrir vacantes y por ser tenaz se lo habían dado.

Elisa cuando ingresó a su casa no solo anunció que se recibió sino que al día siguiente iba a trabajar de taquígrafa en el Senado de la Nación. Catalina estaba muy orgullosa de ella, sentía que la había educado bien, era religiosa practicante, estudiosa y trabajadora. No sentía lo mismo por sus hijos varones. Si bien ellos obtuvieron un título universitario, nunca les interesó trabajar.

Los cinco varones Galcerán, siendo mayores de edad, recibieron su parte de la herencia del padre. La parte de cada uno era una considerable fortuna que les permitía vivir holgadamente. A Elisa, le molestaba que ellos no trabajaran, no por el dinero sino por la dignidad de la familia.

Sin embargo no era eso lo que más irritaba a la única mujer Galcerán. La vida libertina de sus hermanos iba en contra de sus propias creencias y de lo que su madre siempre trató de inculcar. Además de no ir a misa como pregonaba la progenitora, algunos se consideraban ateo. Elisa no podía tolerarlo.

Ya anciana, la muerte le llegó a la pobre Catalina poco años después del centenario de la República. Habían quedado los hermanos sin su madre. Ninguno de los varones tenía intención de dejar la vivienda, no querían tener que hacerse cargo solo de una casa. Fue Elisa, como única mujer, que se encargó de las tareas domesticas y administrativas del hogar, distribuyendo su tiempo con el trabajo en el Senado.

Los hermanos siempre traían mujeres de vida fácil a la casa y, a veces, hacían fiestas que terminaban a la madrugada. Elisa, esas noches se encerraba en su habitación rezando e implorando a Dios que cambien la forma de vida de sus hermanos.

Además de mujeriegos, sus hermanos eran deportistas, por ello siempre Elisa tenía que preocuparse que el servicio doméstico limpiara las ropas de ellos y las coloquen en el armario correspondiente. Si la empleada se equivocada de ropa, quién recibía la reprimenda era Elisa, lo mismo sucedía si la comida no estaba bien o no era lo que querían comer.

Los hermanos Galcerán amaban mucho a su madre, a tal punto, que luego de que ella falleciera, decidieron clausurar el cuarto y dejarlo como estaba sin tocar absolutamente nada, como una suerte de museo pero sin visitantes.

Años después de la muerte de Catalina, una serie de hechos comenzó a desencadenarse y afectaría a los habitantes de la casa de la Palmera. Un día uno de sus hermanos falleció repentinamente mientras desarrollaba un partido de tenis con sus amigos. La causa, un infarto que provocó la muerte súbita.

Luego del entierro, y al llegar la noche los hermanos se encontraban en el living principal de la casa descansando de un día exhausto por las visitas de pesar que habían recibido todo el día. La hermana de ellos habló y dijo que así como se clausuró el cuarto de la madre para preservar su memoria, se hiciera lo mismo con el cuarto de su hermano. Ellos, tristes y acongojados por la repentina partida de un querido miembro de la familia, asintieron con su cabeza. Lo único que llamó la atención es que Elisa no manifestaba ni el más mínimo sentimiento de dolor; así fue a cerrar la puerta del cuarto de su hermano para siempre se dirigió a su aposento para meterse en la cama a dormir. Más aún, a la mañana siguiente fue a trabajar como si fuera un día cualquiera.

Meses después otro hecho iba a enlutar a la familia, uno de los hermanos de Elisa estaba disfrutando un día de sol en el Yatch Club Argentino con una amiga, luego de unos tragos en el bar, estando totalmente ebrio se dirigió a su velero para salir a pasear por el río. Mientras subía a la embarcación tropezó y cayó al agua, la mala suerte hizo que en la caída llevara consigo una soga de amarre, ésta lo enredó y murió ahogado.

La misma escena se había repetido, salutaciones de condolencias y Elisa cerrando la puerta del cuarto definitivamente. Sus hermanos seguían acongojados y Elisa continuaba con sus quehaceres. Al año siguiente, otro de sus hermanos muere en un accidente automovilístico; sus hermanos no podía soportar que hayan perdido a otro ser querido y Elisa seguía clausurando cuartos.

Tiempo después, el libertinaje seguía con sus dos hermanos y Elisa ya sentía odio y rencor por la forma de vida que ellos llevaban; sin embargo todos querían la casa y nadie se quería ir, eso los obligaba a convivir en el mismo espacio.

Uno de sus hermanos salió de juerga como muchas noches; estaba con sus amigos en lo de Hansen, un lugar de bar y baile de tango en la esquina de Figueroa Alcorta y Av. Sarmiento que en aquella época rondaban malevos, chicas fáciles y “niños bien” –como se les decía- que buscaban mujeres y alcohol.

Estando ebrio, el hermano de Elisa se enfrentó por una mujer con uno de los malevos más peligrosos del lugar. En la pelea, un cuchillo atraviesó el estómago de Galcerán provocando su muerte.

El único hermano varón que quedaba vivo era el médico, quién por las noches tenía una aventura con una de las mucamas de la casa. Los cuartos de la sirvienta quedaban en la planta baja detrás de la cocina; cada una de ellas tenía su propia habitación, si bien era pequeña le daba privacidad. Por las noches, cuando todos dormían, él acostumbraba a bajar para ir a la habitación de ella a tener noches de pasión. Elisa se daba cuenta de ello y despertaba más su ira, pero tenía que guardársela porque él era un hombre mayor y no podía impedírselo.

La noche posterior al entierro, en un clima frío de invierno, hubo una fuerte discusión entre su hermano sobreviviente y Elisa. El médico le recriminó su frialdad, y hasta le sugirió que sospechaba que ella tenía algo que ver con las muertes de sus hermanos. Ella, luego de quedarse mucho tiempo callada, espetó un grito y en voz alta le dijo todo lo que sentía.

Elisa le había dicho que era una ridiculez pensar que ella tenía que ver con esas muertes; le recriminó que se hayan alejado de Dios y que si murieron eran porque se lo merecían para rendir cuentas antes el señor. Su hermano no podía creer lo que escuchaba, le dijo que era una mala hermana, que la frialdad que tiene la hace mala persona y que por ello siempre estuvo y estará sola, nunca un hombre se iba a fijar en una persona con tanto resentimiento. Al decir esto el hombre subió a su habitación y con un fuerte portazo se encerró.

A la mañana siguiente, Elisa ingresa a la comisaría del barrio para denunciar que su hermano yacía muerto junto con la mucama en la habitación de la empleada doméstica. Luego de la denuncia la policía llega a la casa de la palmera e ingresa a la habitación. Allí se encontraban Galcerán y la mucama muertos en la cama desnudos. Lo que llamó la atención a los investigadores es que encontraron un brasero en la habitación.

Si bien aquella noche hacía mucho frío, y en aquella época era común calentar los ambientes con braseros, dormir con uno de ellos en el cuarto cerrado es peligroso porque cortan el oxigeno y asfixian a quienes se encuentran en la habitación. Esto debía saberlo Galcerán porque era médico.

Las sospechas recayeron en Elisa cuando las empleadas contaron los gritos que escucharon la noche anterior proveniente del living de la casa, adjudicando las voces a los hermanos Galcerán. La policía no encontró ninguna prueba que sindicara directamente a la única sobreviviente, por eso se archivó la investigación.

Elisa echó a las empleadas que la habían denunciado y empezó a vivir sola. Durante muchos años, ella iba a su trabajo, luego hacía las compras y después se encerraba en su casa. En los años que ella vivió sola nunca nadie entró a la casa de la Palmera. Si bien tuvo una vida de ostracismo en el barrio nunca vieron algo sospechoso de ella; de hecho cuando se relacionaba con los demás era muy amable.

Han pasado cuarenta años de la muerte de su último hermano. Elisa todos los días de su vida iba a las misas en la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, si un día faltaba la llamaban por teléfono y ella confirmaba que estaba enferma, luego se reponía y recuperaba las misas perdidas yendo más de una vez por día. Aquel día no asistió a la misa y tampoco atendió el teléfono; el párroco decidió ingresar a la casa con un feligrés médico para constatar que estuviera bien.

Al ingresar a la casa el cuadro era espeluznante, todo estaba oscuro y no funcionaban las luces, luego de llamarla observan la puerta que va al sótano abierta y se dirigen allí. Un tragaluz iluminaba el lugar. Estaba amoblado como una habitación, y en la cama yacía Elisa muerta, su cansado corazón dejó de latir.

La policía se dirigió al lugar y luego de sacar el cuerpo de Elisa, observaron que en el sótano estaban todos los muebles de la mujer que pertenecía a su cuarto. Su cama, su mesa de luz, su rosario, su biblia, su espejo y mesa y un pupitre para arrodillarse y rezar. Evidentemente había armado su habitación allí.
Luego deciden subir y se encontraron con escaleras estaban llenas de polvo y telarañas; de los cuartos clausurados salían olor a pestilencia y ratas. Las habitaciones de la madre de Elisa y de sus hermanos estaban intactas aunque muy sucios por el paso de los años; mientras que la habitación de Elisa estaba totalmente vacía.

Lo que más llamó la atención es que la capa de polvo en las escaleras y los pisos superiores eran de un considerable grosor y no había huellas, a esto se suma el olor y las ratas muertas que había en el lugar. Los investigadores concluyeron que Elisa no había subido por muchos años a los pisos superiores.

Algunos dicen que luego de clausurar la habitación de su último hermano, Elisa decide trasladar los muebles de su habitación al sótano y vivir allí. Desde ese día nunca más subió a la planta alta. De hecho su vida se pasaba en el trabajo, la parroquia y el sótano. En ningún lugar más.

Por muchos años la casa estuvo cerrada, luego allí funcionó una escuela y, al día de hoy allí funciona el Instituto del Pensamiento Socialista.

La leyenda cuenta que todo hombre que haya tenido una vida de ocio, libertina y sea mujeriego experimentará fuertes dolores estomacales al momento de ingresar a la casa; esos dolores se agravarán aún más y lo dejará postrado en la cama por varios días con un cuadro de gastroenteritis o una infección al colon. Eso sucede porque ronda en la casa el espíritu de Elisa para castigarlos.

Wenceslao Wernicke


San Martin de Tours, patrono de Buenos Aires: ¿milagro o coincidencia en su elección?


La elección del santo francés como patrono registra hechos curiosos, pero llegaría dos siglos después la respuesta de porqué San Martín de Tours debía ser patrono de la ciudad de Buenos Aires

El santo patrono de la ciudad de Buenos Aires cuenta con una peculiar historia de cómo llegó a ser protector de los porteños.

San Martin de Tours se educó en Pavia –Europa-, a los 15 años de edad ingresó a la guardia imperial romana en la que perteneció hasta el año 356 primero en Francia y luego en Galia. Una leyenda famosa sobre su vida y que forma parte de la iconografía tradicional del santo sucedió en el invierno del año 337, cuando estando Martín en Amiens encuentra cerca de la puerta de la ciudad un mendigo tiritando de frío, a quien con la espada corta su capa en dos y le entrega una mitad, pues la otra mitad pertenece al ejército romano en que sirve. En la noche siguiente, Cristo se le aparece vestido con la media capa para agradecerle su gesto diciéndole que había obrado bien.

Martín deja el ejército romano y decide convertirse al cristianismo, con el consiguiente riesgo de vida que ello significaba en aquella época. Tras dejar la vida militar se bautiza y se une a los discípulos de San Hilario de Poitiers en la ciudad de Poitiers.

En el año 370 Martín es nombrado Obispo de Tours. Su vida pastoral se caracterizó por la evangelización y la lucha contra las costumbres paganas. Aunque perseguía las teorías del gnosticismo y maniqueísmo de Prisciliano, acudió ante el emperador Magno Clemente Máximo para evitar que fuera ejecutado; a pesar de que sabía que por una solicitud semejante por un maniqueísta podría costarle la vida. El obispo lusitano Hidacio insistió ante el emperador hasta que Prisciliano fue ejecutado.

Martín, afligido y enfadado por este hecho, rompió sus relaciones con Hidacio. Más tarde tuvo que reconciliarse con él, cuando el emperador se lo exigió como condición a cambio de terminar con las ejecuciones de priscilianistas. Martín muere en Candes en el año 397. Es el santo patrono de Francia.

La pregunta que uno hace es ¿Cómo llegó San Martín de Tours a estos pagos? Y la curiosa historia se remonta al año de la fundación de la Ciudad de Buenos Aires por Juan de Garay. Una vez cumplidos los requisitos de la fundación de una ciudad colonial, en junio de 1580 los primeros pobladores y el clero se reúnen para designar al santo patrono de la ciudad. En una bolsa se colocan papeles con los nombres de los santos candidatos y un niño saca uno de ellos; el santo que salió designado es San Martín de Tours; los cabildantes no estaban de acuerdo con que un santo francés sea patrono de aquellas tierras ignotas.

Luego de un breve debate el niño vuelve a sacar un papel de la bolsa y el santo que se lee nuevamente es San Martín de Tours; los habitantes vuelven a negarse de que el santo francés sea su protector y por tercera vez salió de la bolsa el nombre del mismo santo. Así los habitantes interpretaron que era voluntad de Dios que San Martín de Tours sea el santo patrono de la Ciudad de Buenos Aires y respetaron la elección.

A lo largo de la historia, San Martín de Tours pasó a formar parte de la cultura popular porteña. Los días de conmemoración del santo eran días de festejos populares en toda la época colonial y post revolución de mayo. Era uno de los días más importantes en el calendario de la ciudad. El 11 de noviembre había festivales en todas las calles con fuegos de artificio, ese día no se trabajaba y había una procesión en la calle principal; ese día las clases bajas y altas estaban unidas en aquel festejo. Al llegar la tarde, las fiestas se trasladaban a las casas con bailes y tertulia de aquella época.

Era un día de regocijo y júbilo para los porteños. Por supuesto que desde España siempre se han hecho gestiones para destituir ese santo y poner uno más acorde al reino ibérico; pues era imposible, los pobladores siempre se negaron a retirar a San Martín de Tours como patrono de la ciudad. Las gestiones por parte de España eran más hostiles cuando estaban en guerra con Francia; aún así los porteños se negaban al pedido y asumían las consecuencias que ello podría aparejar. Incluso los reyes de España llevaron el reclamo al vaticano y la respuesta era que es voluntad de Dios y del pueblo de esa ciudad que San Martín de Tours sea patrono de Buenos Aires.

En muchos años los españoles se preguntaban por qué había tanta devoción por San Martín de Tours en los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Más allá del milagro de la elección del santo, nadie sabía o podía interpretar cual era el mensaje que la providencia quería dar sobre el patrono.

La devoción por el santo era tan grande que el poeta Francisco Luis Bernárdez una vez dijo en su Oración a San Martín, éste, “no teniendo con qué socorrer al mendigo, como aquella causa era justa, desenvainó la espada que llevaba al cinto, rasgó por el medio su capa, le alargó la mitad y siguió su camino, llevando la otra mitad para cubrir espiritualmente al pueblo argentino, que, con el andar de los años, había de nacer aquí, donde nacimos”.

Siempre se ha preguntado que guardaba este santo para que sea tan venerado en aquellas tierras; alrededor de más de 200 años después de su elección apareció lo que podría ser la respuesta. Se trata de una coincidencia que algunos adjudicaron a la providencia divina. Pues el “milagro” en Buenos Aires que algunos afirman sobre el santo no residía en sus acciones, en su vida ni mucho menos en su santidad, pues la fortuna estaba nada más y nada menos que en su nombre, ya que éste adelantaba el nombre del libertador y padre de la patria, el general don José de San Martín.

Wenceslao Wernicke

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La Torre del Fantasma


El barrio de la Boca es conocido por el fútbol y los inmigrantes, pero guarda una vieja leyenda llena de misterio de principios del siglo XX.

   Las grandes ciudades del mundo tienen sus leyendas y fantasmas, y Buenos Aires no escapa a ello, una ciudad llena de historia y misterios no podía dejar de tener sus fantasmas.

   En el sur de la ciudad de Buenos Aires, en la boca del riachuelo se encuentra un barrio de inmigrantes y fútbol, es el barrio de la Boca, con sus faroles, tango y paseos. En la avenida principal aparece una casa con una torre cuya historia es por demás misteriosa. La torre es objeto de una leyenda peculiar alimentada por muchos años de boca en boca por los vecinos del lugar.

   En pleno corazón de la Boca, sobre las intersecciones de la avenida Almirante Brown y las calles Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós un antiguo edificio construido sobre un perímetro trapezoidal llama la atención; especialmente porque tiene la primer apariencia es un pequeño castillito del cual sobresale una torre parecida a las tradiciones fichas de ajedrez.

   La historia de ese antiguo edificio comienza a mediados de la década de 1910, en esa época, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, residía una poderosa estanciera llamada María Luisa Auvert Aurnaud. Ella vivía en un pequeño palacete de la ciudad, pero distribuía su tiempo con su estancia en la localidad de Rauch, provincia de Buenos Aires.

   La estancia estaba compuesto por miles de hectáreas de campo, por ello, la actividad agrícola le redituaba muchas ganancias, es así que la señora Auvert Aurnaud era una de las personas más ricas de la ciudad. Su apellido francés sugiere que su familia vivía por aquella zona francesa, pero en realidad, sus padres y abuelos provenían de una localidad de Catalunya, España, en los Pirineos fronterizo con Francia. Es común que por esos lugares los habitantes tuvieran apellido de origen francés.

   La señora Auvert era una persona muy ambiciosa, y gustaba de acrecentar su fortuna haciendo negocios. Un día, un hombre de negocios le ofreció un terreno en la boca, este señor le sugirió invertir en construcciones ya que el barrio estaba creciendo por el contante ingreso y afincamiento de inmigrantes que se daba en el lugar. Pues parece que la señora entendió el negocio, ya que compró un terreno sobre la avenida principal con el objeto de construir una vivienda colectiva y probar si los negocios inmobiliarios allí reditúan mucho dinero. De ser exitoso el emprendimiento ella continuría con otro más.

   Una vez adquirido el terreno la señora contrata los servicios del arquitecto catalán Guillermo Álvarez. Ella siempre añoraba la Catalunya de su familia, por eso le encomendó al arquitecto la construcción de un edificio que tuvieron un estilo de aquel lugar. Es así como construyó una vivienda colectica de estilo catalán moderno. La señora no solo quería una construcción de Catalunya, también quería amoblarlo y adornar el edificio con objetos de ese lugar. Es por ello que trajo muebles y plantas de aquella zona ibérica.

   Una vez terminado el edificio, la propietaria quedó tan maravillada con la construcción que decidió irse a vivir allí y dejar a un lado el negocio de rentar sus habitaciones. Así es como dejó su palacete del centro de la ciudad y llevó sus cosas y los sirvientes al edificio de la avenida Almirante Brown.

   La señora Auvert no solo amobló el edificio, sino que en todos los balcones puso plantas exóticas de Cataluña que mandó a traer especialmente para su nuevo hogar. Entre las plantas aparecieron uno hongos característicos de España llamados Setas, algunas especies son comestibles y otras son alucinógenas.

   Luego de un año de vivir en el edificio, la señora Auvert y sus sirvientes abandonaron en silencio y misteriosamente el lugar, durante el año de estadía vecinos del lugar afirmaban escuchar gritos de sustos que partían de la mujer o de uno de los sirvientes; finalmente hubo un grito categórico de la propietaria que decía “me voy, este lugar no lo piso más”. Finalmente fue a vivir al campo en Rauch y nunca más se supo de ella.

   Auvert en su rauda partida, dejó encargado la venta del edificio a una inmobiliaria de la zona, quién dividió en departamentos la estructura e hizo de ella una vivienda colectiva de renta. Es así como la casa de la torre tuvo nuevos inquilinos.

   La mayoría de los que vivían allí era inmigrantes o artistas, ya que tenía un estilo bohemio para la época. En el barrio de la boca han surgido artistas brillantes de la cultura porteña como es el caso de Benito Quinquela Martín.

   El último piso del edificio era habitado por Clementina, una pintora de estilo clásico que armó su atelier en el piso superior de su departamento, es decir en la torre sobresaliente de la casa. Era una mujer hermosa, de larga cabellera, alegre y muy querida por el barrio.

   Ella se pasaba todo el día en el atelier. Tenía la costumbre de ir por las tardes a tomar un café al bar que quedaba enfrente y se podía quedar horas leyendo un libro. Cuentan que los transeúntes no podían dejar de admirar en la ventana su belleza, más cuando se la veía pasible tomando su café.

   Clementina además de pintar, estaba estudiando historia de las artes en la Facultad. Ella vino de Venado Tuerto, su padre era un estanciero que pagaba la vivienda en Buenos Aires y sus estudios; quería que su hija estudiara lo que ella deseara pero en una buena universidad, y en Buenos Aires estaban las mejores.

   Era una mujer de muchos amigos, cada tanto armaba encuentros de artistas en su casa. Un día, en uno de aquellos encuentros una periodista de nombre Eleonora quería hacerle un reportaje; ella ya era una pintora conocida en el ambiente artístico, varios de sus cuadros fueron exhibidos en importantes eventos y galerías de la ciudad. Por ello la reportera quería conocer su carrera y su trabajo.

   Clementina y Eleonora subieron al atelier, allí se encontraban colgados sus cuadros terminados y había alguno en elaboración. Entraba una luz de primavera agradable que dejaba observar las pinturas en su esplendor. Mientras hablaban la periodista tomaba fotos de las pinturas, pues quería acompañar la nota con fotografías del arte de Clementina.

   En los días posteriores a la entrevistas se empieza a desencadenar una serie de hechos misteriosos, una noche extraño suceso ocurrió, los vecinos escucharon gritos que provenían de la torre; pero esto no terminaba allí, Clementina se arrojó al vació provocando la muerte cuando su cuerpo impactó en el duro cemento de la vereda.

   El barrio quedó impactado por el suceso, no encontraban motivo para semejante determinación, era una mujer alegre y con futuro, de hecho sus amigos cuentan que ella estaba muy entusiasmada con el último cuadro que estaba por terminar porque iba a ser la estrella de su próxima exposición. Se trata de un cuadro que tardó años en pintarlo pero iba a ser la gran obra de su vida.

   Los misterios continúan; Eleonora recibe las fotografías que mandó a revelar sobre las pinturas de Clementina. Para su sorpresa, en una de ellas, específicamente en la fotografía del cuadro que estaba por terminar observa tres duendes; estos gnomos no estaban en el cuadro al momento de ser fotografiado, eso llamó mucho su atención. Fue así que la periodista tomó la iniciativa de investigar la muerte de Clementina a pesar aunque para la justicia se tratara de un suicidio.

   Indagando a los vecinos se topó con el dato de que la antigua dueña del lugar abandonó imprevistamente el edificio y nunca más se la vio, se fue en forma misteriosa. Por supuesto se trataba de Auvert; la periodista recibe los datos del paradero y se informa de que ella se encuentra recluida en Rauch.

   Antes de llegar a aquella localidad bonaerense, Eleonora había concertado previamente una cita telefónicamente con la señora Auvert, en esa época no era común que hubiera teléfonos en la estancia, por eso la comunicación se realizó a la cooperativa de Rauch, donde se pasó el recado y la repuesta había sido positiva.

   Eleonora bajó del tren y esperó que la buscaran en la estación del pueblo, un automóvil llegó y la llevó a la estancia, durante el viaje el chofer le indicaba que la señora Auvert la iba esperar en el jardín de la casa. Al llegar, la periodista observaba el casco de la estancia. Era una casa señorial, de muchas habitaciones, la construcción era de un estilo Tudor. En el jardín había una mesa blanca con sillas, en una de ellas estaba sentada la dueña esperando a la invitada. Como buena anfitriona le ofrece tomar un té a la que Eleonora accede, luego de los saludos de rigor se inicia la entrevista.

   Auvert pregunta a Eleonora si creía en duendes, a lo que ella responde negativamente. Allí comienza a narrar una antiquísima leyenda de Cataluña, la cual dice que en los bosques de los Pirineos viven los follets, unos pequeños duendes que siempre duermen en los hongos de las setas.

   Estos duendes, científicamente fueron asociados con los efectos alucinógenos de las setas, hongos que pueden a veces ser venenosos, pero otros dicen que existen en realidad. Los follets pueden ser muy colaboradores, pueden ayudar a las personas en sus trabajos o quehaceres, pero si se los alteran pueden ser de los más traviesos y no tienen límites.

   La señora Auvert contó que mientras vivía con los duendes, estos personajes colaboraban con los sirvientes, un día, uno de ellos quiso propasarse con una sirvienta y cuando uno de los mucamos tomó de él y lo arrojó a la pared para apartarla de ella el duende enfureció tanto que la casa comenzó a ser un infierno. No solo vivía desordenada, los muebles se caían, las patas de las sillas y las mesas aparecían cortadas, sino que también los cuchillos volaban y se incrustaban en la pared, poniendo en peligro la vida de sus habitantes.

   Fue así que Auvert decidió deshacerse del edificio del barrio de La Boca e instalarse en su apacible campo de Rauch con sus sirvientes. Nunca contaron la historia ella ni los sirvientes porque era conciente de que no le iban a creer y la podían tomar por loca. La señora era muy inteligente y sabía que si la tomaban por loca podrían declarar insana y no administraría nunca más sus bienes.

   Eleonora se retira de la estancia para volver a Buenos Aires, pero no ha podido descubrir nada nuevo, solo una vieja leyenda de la cual por supuesto no creyó. La periodista abandonó la investigación, antes de irse juró a la señora Auvert no contar la historia para que no crean que la rica señora de la estancia de Rauch no estaba en sus cabales.

   Es así como el misterio de Clementina alimentó la leyenda de la Torre del fantasma; algunos dicen que al ser fotografiados los duendes se enojaron tanto que no dejaron nunca que la pintora terminara su obra magistral; le escondían los elementos de pintura y, a veces, encontraba manchas sobre la tela del futuro cuadro. La frustración fue tan grande que sin pensarlo se arrojó al vacío y así terminar con su vida.

   Otros dan una versión más macabra; cuentan que el enojo y el resentimiento de los duendes sobre las mujeres hermosas, por no poder tomar a aquella sirvienta, era tan grande, y, sumado a que han sido fotografiados, poniéndolo molestos, directamente empujaron a Clementina al vacío o, al menos, instigaron su suicidio.

   Lo cierto es que en la actualidad los habitantes del edificio del barrio de la Boca dicen escuchar por la noche los pasos de una persona en la torre. También denuncian que les desaparecen cosas que nunca más vuelven a aparecer o son encontrados años más tarde en otro lugar.

   El cuadro no terminado de Clementina es uno de los objetos desaparecidos y, cuenta la leyenda, que los pasos que se escuchan en la torre son los que el fantasma de ella hace recreando su carrera al vacío; la única manera de terminar con los maleficios es encontrar el cuadro escondido y darle una pintada final para que la agonía del fantasma finalice.

   Los cuentos de fantasmas en la ciudad de Buenos Aires son diversos y forman parte del encanto de la ciudad. La leyenda de la Torre del Fantasma es una más, habla de una pintora y su cuadro eternamente inconcluso.

Wenceslao Wernicke
 
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Plaza Sicilia ¿La historia la escriben los vencedores?


La plaza ubicada en la av. Sarmiento y av. Libertador frente al zoológico, donde se encontraba la quinta de don Juan Manuel de Rosas, guarda una serie de datos que refieren a la historia de la batalla de Caseros


   La historia argentina tiene la característica de ser tan pasional que, a veces, en nombre de la casualidad, las distintas ideas y frentes dejan huella en la ciudad de Buenos Aires.

   En los lagos de Palermo, se encuentra una plaza que a simple vista es una más del gran pulmón verde de la ciudad. Es la plaza Sicilia, un amplio espacio verde circundado por las avenidas Libertador, Sarmiento, Berro y Casares; allí está ubicado también el Jardín Japonés. En ella hay una calesita y un lago donde nóveles pescadores realizan allí sus prácticas antes de internarse a los ríos del país.

   En la plaza también hay una estatua muy peculiar, es la de caperucita roja, realizada por un escultor francés. Hay pocos monumentos que evoquen el cuento infantil, fue colocado porque no hay lugar mejor para ubicar a caperucita y el lobo feroz como los bosques de Palermo.

   Por ello quién se interna en el parque, no verá nada fuera de lo común, verde y monumentos; pero su historia es muy peculiar. En aquella plaza se encontraba hace más de 150 años la quinta del gobernador de Buenos Aires don Juan Manuel de Rosas.

   La quinta de Rosas poseía una casa amplia, con un gran patio central y galerías con muchas columnas en el exterior. La extensión de los parques era de varias hectáreas; dentro de lo que era su terreno se encuentran el jardín botánico, el zoológico, la rural y los lagos de Palermo.

   El destino de la quinta y la historia de la actual plaza Sicilia debemos buscarlo en los hechos que sucedieron en los últimos años del gobierno de Rosas.

   Juan Manuel de Rosas, conocido como el restaurador de las leyes, fue una figura polémica por su forma de ejercer su gobierno y cosechó enemigos a los largo de su mandato, la mayoría de ellos se encontraban exiliados en Chile o Uruguay. Sin embargo la providencia hizo que el enemigo que lo iba a derrotar surgiera de las líneas federales, frente del cual el gobernador era el líder y caudillo máximo.

   En el año 1852 algunos caudillos federales del interior del país no estaban conformes con las últimas decisiones políticas que el gobernador de Buenos Aires había tomado, los exiliados liberales aprovecharon la situación para unirse a ellos, y buscar que brasileros y uruguayos se unieran con el objetivo común de sacar del gobierno a Rosas.

   Fue así que se gestó la formación de un ejército conformado por entrerrianos, uruguayos y algunos brasileros para combatir a los ejércitos de rosistas. El 3 de febrero de 1852 –es importante recordar esta fecha- se realizó la batalla de Caseros en la que finalmente Rosas fue derrotado y se dio fin a su gobierno de más de tres décadas. Luego de la derrota el gobernador se dirigió a Inglaterra y pasó el resto de su vida en Southampton.

   En la batalla de Caseros surgieron dos enemigos claros que salieron victoriosos, uno de ellos era su enemigo de armas, el caudillo entrerriano Justo José de Urquiza que se iba a hacer cargo de Buenos Aires como jefe de la Confederación argentina. El otro, era un intelectual que desde Chile siempre escribió en contra de Rosas, era Domingo Faustino Sarmiento. Ambos fueron presidentes de la República y dejaron huella en la plaza Sicilia.

   Una de las primeras medidas de gobierno que tomó Urquiza luego de la victoria de la batalla de Caseros fue la expropiación de los bienes de Rosas, entre ellos figuraba la quinta de Palermo. En esa casa se instaló por muchos años el batallón y el arsenal del ejército argentino.

   La expropiación no es el único hecho sino que es el principio de una serie que nos llevará a lo que es hoy la plaza. Hemos dicho que tenemos que tener presente la fecha de la batalla de Caseros durante este relato. Si nos vamos a la provincia de Buenos Aires, la batalla de Caseros se realizó en la localidad de Caseros que se encuentra en el partido 3 de febrero; aquí la primera evocación a la victoria de Urquiza y Sarmiento sobre Rosas.

   Volviendo a Palermo, el presidente de la Nación Domingo Sarmiento crea el Zoológico y el Jardín Botánico, como así también, le encomienda al paisajista Carlos Thays el diseño de los bosques de Palermo. Hasta allí todo es normal, sin embargo el nombre que le pusieron a todo ese complejo es por lo menos sugestivo. El presidente denominó todo ese complejo como “Parque tres de febrero”; nuevamente se evoca la derrota de Rosas y, como corolario, en el lugar que fue su quinta.

   No termina allí la cosa, para condimentar el lugar, se decidió derribar la casa de la quinta para hacer un parque público, el día de la demolición también es “coincidente”, fue el 3 de febrero de 1899. También la avenida principal que cruza lo que fue la quinta de Rosas es peculiar, es la avenida Sarmiento.

   Sobre la av. Sarmiento en la intersección con la av. Figueroa Alcorta se levantó un monumento imponente homenajeando a Urquiza, el caudillo que derrotó a Rosas en la batalla de Caseros. Si se presta atención la estatua, se lo ve al entrerriano contemplativo y su caballo en dirección al centro de la ciudad, pareciera la entrada triunfal a Buenos Aires luego de la batalla que derrotó al restaurador haciendo parada y dirigiendo su mirada hacia la quinta, como si estuviera observando las tierras privadas del derrotado.

   El corolario final al homenaje de los hombres liberales que derrotaron a Rosas, lo podemos ver en lo que fue el solar del dormitorio de Juan Manuel de Rosas en su quinta. En ese lugar –queda en la esquina de la av. Libertador y la av. Sarmiento- se instaló un monumento cuyo autor es Rodín, el mismo que esculpió el famoso “Pensador”.

   Si bien es una obra de arte y no tiene nada fuera de lo común instalar una estatua en donde estuvo ubicado el dormitorio de Rosas, lo peculiar es de quien es ese monumento, pues corresponde nada más ni nada menos a Domingo Sarmiento.

   Esa última coincidencia es la que despierta los pensamientos de que hubo suspicacias en la planificación de la creación de la plaza Sicilia, pues en el mismo dormitorio de Rosas se instaló la estatua de Sarmiento, como quitando el sueño al gobernador en la eternidad.

   Así quedó la plaza donde estuvo ubicada la quinta de Rosas, con una avenida y monumentos que evocan a sus enemigos y con el nombre que homenajea la fecha en que se dio la batalla final que terminó con su gobierno.

   Juan Manuel de Rosas murió en su lugar de exilio, Southampton, y fue enterrado allí. Nunca más había vuelto a su patria. Un siglo y medio después de la batalla de Caseros, en un “proceso de pacificación con la historia”, el gobierno del presidente Carlos Menem repatrió los restos del caudillo federal y éstos fueron depositaron en el cementerio de la Recoleta.

   Tiempo después, en la transición del gobierno entre Menem y de la Rúa, continuando con ese proceso de pacificación de la historia, se erigió un monumento a Juan Manuel de Rosas en la esquina de enfrente en diagonal al monumento de Sarmiento.

   Ese monumento muestra a Rosas con su chambergo y en posición de paso rápido sobre su caballo en dirección hacia su habitación, como llegando de sus quehaceres para ingresar a su propiedad y su figura lo muestra en autoridad de recuperar lo que se le ha quitado. Es así como, en forma romántica, se le da fin a la dicotomía entre Rosas y Sarmiento – Urquiza, tratando de cerrar una etapa de pasiones de un momento de la historia argentina.

   A pesar de que hoy existe un monumento a Rosas y sin entrar en valoraciones políticas; cuando paseo por los bosques de Palermo, observo sus monumentos, sus avenidas y escucho el nombre de parque tres de febrero, es en ese momento en que mi cabeza no puede dejar de hacer siempre la misma pregunta, la historia… ¿la escriben los vencedores?

Wenceslao Wernicke

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El Palacio de los Bichos


En la zona de casas bajas del barrio de Villa de Parque emerge una mansión de cinco pisos con una cúpula en lo alto del edificio; el castillo es conocido como el Palacio de los Bichos y guarda una rica historia de amor, tragedia y misterio.

   La leyenda de este palacio es conocida por los vecinos del barrio, su imponente presencia despierta curiosidad a cualquier persona que no sea de la zona y pase por allí. No hay vecino que quiera despejar las dudas a los transeúntes que quieran conocer detalles del edificio.

   El castillo fue bautizado como “Palacio de los Bichos”, porque en sus orígenes la construcción estaba ornamentada por gárgolas con formas de animales y bichos. Para conocer la legendaria historia del lugar tenemos que remontarnos a fines del siglo XIX.

   Allá por esos años un rico italiano que vivía en Salerno de nombre Rafael Giordano –descendiente del célebre pintor Giordano- y su esposa Vittoria D’Olvilli deciden embarcarse a la aventura de echar raíces en la lejana América.

   En este viaje llevan a su pequeña hija Lucía y deciden ir a la Argentina. Recién llegados los inmigrante, los Giordano contaban con una holgada posición económica y, luego de recorrer varias zonas de la ciudad de Buenos Aires, deciden instalarse en una zona de quintas al oeste del centro porque le recordaba a su ciudad natal; años después esa zona se denominará Villa del Parque.

   Instalado en la quinta, Giordano comenzó a hacer negocios y a acrecentar su fortuna. En forma inmediata perteneció a la alta sociedad porteña de su época, se lo podía ver en el club del progreso o en el lujoso Plaza Hotel tomando café y cerveza con sus amigos. A escasos dos kilómetros tenía un vecino peculiar, era el conde Antonio Devoto quién fundaría el Barrio de Villa Devoto.

   Rafael, Vittoria y Lucia Giordano vivían felices en aquella zona de quintas. La hija de ambos iba a un colegio en Monserrat y llevaba siempre excelentes calificaciones entre primaria y secundaria, era el orgullo de su padre.

   Lucía creció y su padre instó a que haga una carrera universitaria, también empujado por su progenitor, ella decidió hacer la carrera de medicina. En aquella época ser médica era un futuro asegurado. Pasaron pocos años y notó que su vocación estaba lejos de la medicina y se empezó a interesar por la música, especialmente por el piano, desde chica le agradó el sonido de aquel instrumento.

   Si bien su padre renegaba de aquella decisión, ya que tenía muchas ilusiones en tener una hija doctora, fue su esposa quién lo convenció de que la carrera no era para su hija y que con la música se iba a desarrollar en plenitud.

   Finalmente Lucía abandonó la universidad y fue al conservatorio de música para estudiar piano. Como era de imaginar, era una alumna sobresaliente y aprendió en forma rápida a tocar el instrumento. Quienes la conocían disfrutaban de las melodías que ella tocaba con mucha pasión.

   En su paso por el conservatorio Lucía conoció a un joven que estudiaba violín y sería el gran amor de su vida y protagonista de la tragedia de esta historia. Su nombre es Angel Lemos, de apenas 22 años luego de recibirse de farmacéutico quería dedicarse a su otra pasión, el violín.

   Angel Lemos proviene de una familia del centro de la ciudad de Buenos Aires, su padre era director de una importante tienda general de aquella época. Era oriundo de San Telmo, pero las distancias no eran obstáculos para que los jóvenes confluyeran en su amor.

   Esta relación fue rápidamente aprobada por Giordano, y en el tiempo, las familias Giordano y Lemos trazaron una hermosa amistad a través del noviazgo de sus hijos. Lucía era hija única pero Angel tenía seis hermanos más, por ello la pareja quería –en un futuro- formar una familia prolífica, ella porque no tuvo hermanos y él porque gustaba de las familias numerosas como la suya.

   Finalmente corría el año 1911 y los novios deciden dar un paso más a su amor y le avisan a Rafael que van a casarse en otoño, la felicidad de don Giordano era de tal magnitud que sin dudarlo les aviso que de regalo de bodas les va a construir una mansión cerca de su casa para que ellos vivan.

   Es así que le encargo al arquitecto Muñoz González la construcción de un palacio distinguido y que pueda ser visto por todos los vecinos del lugar. Nació el palacio de los bichos. La mansión de cinco pisos con balcones y ornamentado por bichos fue terminado antes del enlace de los novios. Por ello Rafael decidió festejar la boda en la misma mansión.

   La fecha elegida fue el 1° de abril de 1911, aquella noche de otoño la temperatura estaba agradable y no había ninguna amenaza de lluvias, por ello la fiesta fue siempre placentera y divertida. Por el camino de tierra llegaban automóviles lujosos de la época y un chofer de ropa elegante característica abría la puerta para que los invitados pudieran ingresar a la recepción de la boda.

   Los propietarios y habitantes de las quintas vecinas observaban atónitos y contestes el evento porque veían esa enorme casa en todo su esplendor. Doña Vittoria se encargó de los detalles de la fiesta, había músicos que siempre animaban la fiesta, no podían faltar las bebidas y canapés, algunos decían que era uno de los eventos sociales más importantes del año.

   La fiesta trascurrió con normalidad, con mucha música y alegría, había muchos invitados, entre ellos se puede contar a un político amigo de Giordano, el socialista Alfredo Palacios. Angel Lemos era aficionado al fútbol, tenis y remo, por eso en su boda se encontraban presente miembros del Alumni, del Lawn Tenis y del Rowing Club.

   Los novios estaban muy felices, tenían muchos proyectos juntos, ella de formar una nueva familia y él de formar negocios farmacéuticos con el capital que le fuera regalado por su familia. Todos disfrutaban de ese romance que, a veces, era envidiado por algunos. Sus miradas entre ellos demostraban estar hechos uno para el otro.

   Cerca de las cinco de la mañana la fiesta estaba por finalizar, el automóvil que los iba a llevar al centro los esperaba del otro lado de las vías del tren que quedaba a escasos treinta metros de la mansión.

   Se dice que el chofer los esperaba en ese lugar porque en la calle de tierra donde se encuentra la mansión las vías estaban levantadas y la calle que tiene el camino al nivel de las vías –donde normalmente pasan los automóviles- estaba inundada por una fuerte lluvia en los días anteriores. Los autos de aquella épocas tenían neumáticos muy angostos y frágiles y pasar las vías levantas podía dañan las ruedas, por ello se estimó que era más fácil que los novios cruzaran las vías a que el auto anduviera kilómetros para encontrar un paso a nivel.

   Esa decisión sería culminante para la historia del palacio de los bichos. Esa noche, era cuarto menguante por eso no había una luna que aclarara el lugar, las luces románticas de la calle eran de velas porque aún no había alumbrado público eléctrico, es por ello que no había mucha visión.

   Los invitados salieron a los balcones del palacio para saludar a los novios que estaban en la calle dirigiéndose al automóvil en el otro lado de las vías. Entre los que saludaban estaban los padres de los contrayentes. La felicidad de los novios y sus padres quedaba estampada en sus rostros.

   Mientras los novios saludaban, el tren del Sur al Pacífico se dirigía a mucha velocidad hacia la estación de retiro. A pesar de que la estación estaba cerca, el tren era de carga por eso no tenía parada hasta la estación central. La luminosidad era tenue porque esos vagones no tenían una fuerte luz.

   En el instante en que los novios cruzaban las vías saludando a los invitados, el tren impacta sobre ellos dejando sus restos esparcidos a cien metros del lugar del impacto. Los invitados observaron atónitos la tragedia, los porteros y mozos que se encontraban en la salida corrieron apresurados hacia donde se encontraban las víctimas pero nada pudo hacerse, ambos novios murieron en el acto.

   El tren nunca frenó y el chofer se enteró del accidente en la estación de Retiro cuando las autoridades lo fueron a buscar y lo anoticiaron de lo sucedido. El ferroviario alegó que la máquina era tan ruidosa y había tan poca luz en la zona que nunca pudo advertir la presencia de las víctimas y el impacto.

   Rafael Giordano y su esposa cayeron en una profunda depresión, pues el día más feliz de su vida se convirtió en un segundo en el peor día de su vida. Había muerto su única hija y su yerno en su propio casamiento.

   Los diarios de la época no relatan la crónica de lo sucedido porque Giordano no quería que se contara ningún detalle del accidente, su dolor lo sentía tan privado que no lo quería compartir con nadie. Es por ello que decidió volverse a su Salerno natal para nunca más volver, llevando consigo los cuerpos de su hija y yerno para darle sepultura en el cementerio local.

   Sentía tanto desprecio por la mansión en donde vio morir a su hija que resolvió tapiarlo y no venderlo para que nadie viva nunca más en ella. Ese casamiento fue el único hecho donde el palacio brilló en todo su esplendor.

   El tiempo pasaba y la zona donde se encontraba el palacio se estaba parcelando y construyendo viviendas a su alrededor. Alrededor de la mitad de los años ´20 un hecho peculiar sucedió en aquel barrio. Un día de otoño un vecino le reclamó a otro el haber realizado una fiesta con música fuerte hasta altas horas de la noche, cuando le dijo que no había sido él la recriminación fue dirigida a otro vecino y obtuvo la misma respuesta. Una vez indagado todos los vecinos la conclusión era que nadie hizo la fiesta o uno estaba mintiendo.

   Exactamente un año después uno de los vecinos se levanta abruptamente de la cama porque una fuerte música venía de la calle y no lo dejaba dormir en altas horas de la noche. Advertido de que quién realiza la fiesta podría negarlo decide salir para ubicar el lugar de tanto barullo. Otros vecinos toman la misma decisión.

   Buscan la casa de donde viene la fiesta y no encuentran ningún vecino de festejo. Enfocan sus miradas al único lugar abandonado: EL Palacio de los Bichos. Para sorpresa de todos, la música salía de ese lugar, además se podía observar algunas siluetas de personas bailando en su interior.

   El tren del sur al pacífico continuaba con el mismo plan de recorrido que hizo aquel día del fatídico trayecto. En el momento en que pasa el ferrocarril a la misma hora que ocurrió la tragedia años atrás, se deja de oír abruptamente la música y desaparecen en el mismo instante las figuras que se observaban en movimiento.

   Este fue el inicio de varios sucesos fantasmagóricos que se producirían en el tiempo. Hubo denuncias de escuchar gritos de espanto de una mujer y ruidos en el palacio, como así también espectros que traspasaban paredes. Otro maleficio se agrega a esta historia, pues el deseo de Rafael Giordano de que no se conocieran los detalles de la muerte de su hija y su yerno era tan fuerte que quienes investigaban y escribían sobre el hecho sufrían extrañas enfermedades o percances que no le permitía continuar con el trabajo.

   En los años noventa el edificio fue reciclado y se quitaron las gárgolas características que le dieron al palacio su nombre. Hoy funciona un edificio de viviendas particulares y un amplio spa en planta baja.

   El Palacio de los Bichos cuenta una historia tan fuerte del barrio que su figura se encuentra estampada en el escudo oficial. Es así que pasan los años y la leyenda se mantiene viva en el barrio porque a pesar de ser una historia de tragedias y misterio, no deja de ser la historia de amor de Lucia y Angel una historia de amor del barrio de Villa del Parque.

Wenceslao Wernicke



El misterio de los restos mortales de Manuel Alberti


A 200 años de la revolución de mayo, aún persiste el misterio sobre el lugar donde se encuentra enterrado el vocal del primer gobierno patrio de 1810, el sacerdote Manuel Alberti. Su historia está relacionada con la antigua iglesia de San Nicolás de Bari

   Entre los integrantes de la Primera Junta de gobierno formada el 25 de mayo de 1810 se encontraba un hombre del clero, su nombre Manuel Alberti. El sacerdote nació en Buenos Aires en 1763. Estudió teología en la Universidad de Córdoba y fue ungido sacerdote en 1786.

   Era un hombre desinteresado y caritativo, según la iglesia de la época, por ello le encomendaron durante algunos años que se haga cargo de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales que hoy se encuentra en la av. Independencia y Salta.

   Durante las invasiones inglesas, el cura mantenía correspondencia epistolar con el ejército español, por ello fue encarcelado por los ingleses y liberado por las tropas que recuperaron la ciudad.

   En el cabildo abierto de la semana de mayo de 1810 votó por la renuncia del virrey Cisneros, él pertenecía al grupo de Cornelio Saavedra, y quizá por ello tuvo el honor histórico de ser vocal de la Primera Junta. Si bien apoyó las medidas tomadas por el gobierno patrio, se opuso –por una cuestión de principios- al fusilamiento de Santiago Liniers y de los contrarrevolucionarios de Córdoba.

   La primera Junta comenzó a incorporar a representantes del interior, por ello luego pasó a llamarse la Junta Grande. Alberti fue el primer miembro de la junta grande en fallecer, pues ocurrió el 11 de enero de 1811. Murió de un síncope.

   Esta es una breve historia de único sacerdote en el primer gobierno patrio. En sus últimos años, Alberti vivía en la antigua iglesia de San Nicolás de Bari que quedaba entonces en Corrientes y Carlos Pellegrini, donde actualmente se encuentra el Obelisco y la Plaza de la República.

   En la época de la revolución de Mayo la iglesia de San Nicolás de Bari estaba ubicada en una zona no muy cercana al centro de la ciudad, pero era una de la más importantes de la época, como será su importancia que el barrio de San Nicolás debe su nombre justamente a esa parroquia. En el año 1936 la iglesia fue demolida completamente y se mudó a su actual lugar en la avenida Santa Fe. Más aún, la iglesia nueva aún conserva algunos elementos o restos de la antigua.

   Manuel Alberti fue enterrado en la iglesia de San Nicolás de Bari en 1811 y es allí donde surge el misterio. Cuando la iglesia fue demolida en los años ’30 para construir el Obelisco y ensanchar la avenida 9 de Julio. Luego de la mudanza de la iglesia a su actual lugar, no quedaron rastros de los restos de Alberti.

   En el cementerio de la Recoleta no hay una tumba del vocal ni tampoco hay datos de que se encuentren en otro lugar. En función del cadáver de Alberti se desarrollo la teoría de que nunca fue mudado a otro lugar, permanece en el mismo lugar que se lo enterró la primera vez. La burocracia, el olvido de algún responsable de la demolición, el tras papeleo de la orden de exhumación, nadie sabe por cual motivo no se hizo la mudanza o al menos no existen datos fehacientes de que se haya hecho.

   Lo cierto es que es muy probable que los restos de Manuel Alberti aún permanezcan en su lugar original, si es así, diariamente muchos transeúntes pasan sobre ella, porque el radio donde podría está enterrado es en el obelisco y la plaza de la República, uno de los lugares céntricos más transitados de Buenos Aires. Alberti descansa en paz en el lugar más ruidoso de la ciudad.

Wenceslao Wernicke


La Facultad de Ingeniería: Mito y realidad


La construcción de la facultad de ingeniría de la avenida Las Heras guarda una leyenda por más intrigante, aunque muchos conocedores de la historia dicen que contrasta con la realidad

   En el barrio de la Recoleta se levantan leyendas alrededor de su cementerio, se admiran los palacetes que sobreviven a lo largo de la avenida Alvear y los paseantes disfrutan de sus amplios paseos y parques.

   Un edificio ícono del barrio se ubica en la avenida Las Heras al 2200, es el anexo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires conocida como “La Catedral”. Su nombre se debe al estilo gótico o “neogótico” –como lo llaman los especialistas- de la construcción.

   El edificio es admirado por todo aquel que pasa por allí, diariamente ingresan alumnos para los cursos de la carrera de ingeniería que se dan en ese lugar como así también su sede central ubicada en la avenida Paseo Colón.

   Quien contempla la catedral realiza una primera comparación con la Catedral de Notre Dame de París; sin embargo a medida que levanta la vista se encuentra con un corte abrupto en la parte superior; pues los estilos góticos se caracterizan de altas torres y adornos que lo acompañan. El edificio de la avenida Las Heras presenta una curiosa terraza plana dejando mostrar una inconclusa construcción. Es allí donde nace la leyenda de este edificio que contrasta con la historia de la obra.

   Cerca del año 1909 el gobierno llamó a la presentación de proyectos para la construcción de la nueva sede de la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires, la anterior quedaba en la calle Moreno 350 lo que es hoy el Museo Etnográfico y fue construído por el afamado arquitecto Pedro Benoit.

   El concurso fue ganado por el ingeniero Arturo Prins, un uruguayo nacido en 1877 y radicado en Buenos Aires donde se recibió en ingeniería en 1900. Entre las obras de Prins se cuenta el Banco Nación de la avenida Santa Fe y la calle Azcuénaga y el club 20 de febrero de Salta. También construyó el palacete de Manuel Quintana, algunos rumores de la época decían que eso podría haber ayudado a ganar el concurso ya que Quintana estaba muy conforme con la construcción de su vivienda y era el Presidente de la Nación.

   El ingeniero Prins era un profesional muy reconocido en su época, era muy estricto con sus empleados y consigo mismo y muy detallista en todos los cálculos de sus obras; admiraba profundamente la perfección a tal punto que algunos decían que eso se convirtió en una obsesión.

   En el año 1912 se coloca la piedra fundamental, era el trabajo más grandilocuente de toda su carrera y no quería perder ningún detalle de la construcción. Para que los empleados no llegaran tarde, Prins construyó previamente una casa de vivienda a pocos metros de allí para los capataces.

   Los planos de la construcción constaban de algunas plantas que luego sobresalía una gran torre en el medio acompañado por dos torres en sus costados, también de estilo gótico. En 1925 se inauguran las primeras tres plantas donde empezó a funcionar la facultad de derecho; sin embargo, en el año 1938, una vez finalizado la primera etapa, se interrumpió misteriosamente la construcción.

   Sobre ese hecho surgen dos historias, una es una leyenda con tinte lírico y el otro es un relato más terrenal. La leyenda cuenta que los costos de la construcción habían superado en gran parte el presupuesto asignado para su construcción; esto fue motivado por la volatilidad de los mercados en aquellos años y el consiguiente alza de precios de los materiales.

   Sin embargo, al año siguiente, se le comunica al ingeniero Prins que se había aprobado una ampliación del presupuesto y que podía continuar con la etapa final de la construcción. Es aquí donde suceden algunos hechos que formaron parte de la leyenda de la facultad y que fue negada por historiadores de la arquitectura porteña.

   Notificado Prins de la excelente noticia, se dirigió inmediatamente a su estudio y desempolvó los planos que había guardado creyendo que nunca más los volvería a ver. Estaba preparándose para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de ingeniería. Los relatos de aquella época dice que Prins se desencajó al ver los planos con mayor detalle, de hecho le pidió a su secretaria que nadie lo moleste hasta terminar el trabajo que se había impuesto.

   Al día siguiente, la secretaria notó que Prins no fue a dormir a su casa, y que había innovado en un precario cuarto con el sillón de su despacho. La esposa llamaba incesantemente al estudio y se le informaba que él estaba bien pero no quería ser interrumpido bajo ningún motivo, incluso ni por su llamado. Frente a la insistencia de ella, los empleados golpean la puerta para avisar de la llamada, recibiendo como respuesta un grito de Prins diciendo: “no molesten, dije que tengo que terminar este trabajo, sigan con lo suyo”.

   Los empleados no se animaban a contradecirlo y siguieron con su trabajo, nadie quería interrumpirlo a menos que su jefe lo solicite. Al día siguiente, Prins convoca a su despacho a dos amigos suyos, son los arquitectos Francisco Gianotti y Mario Palanti, dos profesionales italianos muy reconocidos en Buenos Aires.

   Finalmente a ellos les confiesa la causa que lo inquieta tanto, motivo por que cual se ha ausentado dos días de su casa y no ha dejado ni por dos minutos su estudio.

   En ingeniero contó a sus amigos que, mientras hacía los últimos preparativos para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de derecho, notó un error de cálculo que no es mínimo, es tan importante que si no es corregido cuando construya las torres la estructura no aguantará y se caerá completamente el edificio.

   Gianotti y Palanti calmaron a Prins y le dijeron que esto seguramente tiene solución a lo que respondió que estuvo días buscándola y no la encontraba, es por ello que citó a sus amigos para que ayuden a arreglar ese error que daría fin al crecimiento del edificio.

   Los arquitectos tomaron los instrumentos necesarios para los cálculos matemáticos y de ingeniería y se pusieron a trabajar; luego de unas horas ambos admitieron que el error no podía ser corregido. La única manera de poder construir las torres es tirando abajo el edificio y volverla a construir con los cálculos correctos.

   Prins sabía que no había cálculo que subsane el error, pero también sabía que el gobierno le diría que no al reinicio de la obra porque eso elevaría considerablemente los costos y el presupuesto a duras penas puede sostener la segunda etapa de la construcción. Luego de que sus amigos se retiraron del despacho, Prins quedó solo ante los planos con una fuerte decepción a sí mismo, él era muy exigente y no admitía que un error dejara una trabajo suyo inconcluso, muchos menos el más importante de su carrera, el que lo coronaría en un estilo gótico en Buenos Aires.

   A la mañana siguiente la secretaria de Prins entró a la oficina como todos los días, ella es la primera en llegar para ordenar el escritorio de su jefe que siempre llega unos minutos después. Cuando ingresa al despacho del ingeniero una escena dantesca la acongoja, encontró al ingeniero muerto con una pistola en el suelo. Se había suicidado pegándose un tiro.

   Las conjeturas indican que, un hombre tan detallista y exigente como Prins no pudo admitir que un error suyo condenó a su obra a no continuar, y por ello optó por suicidarse.

   El estado le encomendó al arquitecto Palanti continuar con la obra pero éste les comunicó que solo Prins podía terminarlo; es por ello que finalmente se resolvió dejar inconcluso la facultad y construir una nueva en el predio que queda en la avenida Figueroa Alcorta, y así se llegó a la actual facultad de Derecho dejando la “Catedral” para la facultad de ingeniería.

   En la historia universal otros hombres apasionados y “obsesivos” por las ciencias exactas han muerto en la búsqueda de soluciones a sus cálculos; el más conocido es el del matemático griego Arquímedes; en la primera guerra púnica cuando su ciudad fue capturada por los enemigos el matemático se encontraba en la playa dibujando números en la arena, cuando un soldado le exige presentarse ante el general enemigo, Arquímedes le responde “Que espere a que termine mis cálculos”, molesto el oficial le clava la espada en su pecho dándole muerte.

   Hasta aquí la leyenda, otra historia dice que el gobierno –por falta de presupuesto- paralizó la construcción dejándola como está actualmente, en el momento en que se aprobó un nuevo presupuesto para la Facultad de Derecho las autoridades observaron que la población estudiantil crecía exponencialmente y por ello resolvieron que, con ese dinero, se construya un edificio nuevo en la avenida Figueroa Alcorta y se entregue su sede de Las Heras a la facultad de ingeniería.

   Para darle veracidad a esta historia, sus defensores cuentan que existe una anécdota en la que un amigo de Prins se encontró con el ingeniero en el año 1939 y le contó que se estaba rumoreando sobre un suicidio suyo por el trabajo inconcluso, éste con una carcajada respondió: “Me puedo suicidar por cualquier cosa menor por no terminar un trabajo”. Ese mismo año falleció y sus descendientes iniciaron un juicio al estado reclamando una indemnización por incumplimiento del contrato, muchos años después cobraron una suma irrisoria.

   La leyenda del suicidio tiene continuidad años después. Cuentan que por los años ’50 un estudiante que siempre tenía excelentes notas y le faltaba pocas materias para recibirse de ingeniero armó una tesis para poder continuar con la obra inconclusa de Prins, a partir de allí no pudo aprobar ninguna materia más y siempre sus cálculos eran errados, finalmente el muchacho dejó la carrera y nunca pudo recibirse y matricularse para poder cumplir el objetivo que se había propuesto. Muchos años después otro estudiante avanzado quiso realizar el mismo trabajo y le cayó la misma “maldición” no pudo recibirse por más esfuerzo que hiciera en sus estudios, y tuvo que abandonar la carrera.

   Todos los que pasan podrán observar el corte abrupto de la terraza de la facultad de la avenida Las Heras, y ahora se sabe dos historias sobre ello, una es más banal y cotidiana en el acto administrativo de cualquier gobierno, y la otra más romántico y legendario porque habla de un hombre apasionado y de su error; un error de cálculo que terminó con la vida de Arturo Prins y que aún sigue viéndose en la Facultad de Ingeniería.

Wenceslao Wernicke

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